G213
ALAZON213 Y ALAZONEIA212
LAS PALABRAS DE LA JACTANCIA
De ἄλη ále (vagancia); jactancioso, fanfarrón:- altivo, vanaglorioso.
La
palabra alazon se encuentra dos
veces en el NT: Rom. 1:30 y 2 Ti. 3:2. La Versión Reina-Valera la traduce en
Rom. 1:30 como altivo y en 2 Ti.
3:2 como vanagloriosos.
La
palabra alazoneia se encuentra
también dos veces en el NT: Stg. 4:16 y 1 Jn. 2:16. En el pasaje de Santiago,
la Versión Reina Valera traduce soberbias.
En el pasaje de 1 Jn. traduce la
vanagloria de la vida.
Estas
palabras tienen tras ellas un interesantísimo historial que les hace ser muy
vívidas y significativas. Los griegos las derivaban de ale, que significa vagabundo, y un alazon era uno de esos charlatanes que
pueden encontrarse en los mercados y ferias ofreciendo a voz en grito sus
mercancías e infalibles curalotodo a los hombres.
Plutarco,
por ejemplo, usa alazon para
describir al matasanos (Plutarco, Moralia
523). Era la palabra que se aplicaba a estos charlatanes y buhoneros que
recorrían el país y, doquiera se reunieran las gentes, levantaban sus
tenderetes para vender sus píldoras y pociones y para jactarse de que podían
curar cualquier clase de dolencia.
Así, en
griego, la palabra vino a significar pretencioso
fanfarrón. En las Definiciones Platónicas se dice que alazoneia es "atribuirse bienes
que no se poseen".
Aristóteles
define al alazon como el hombre
que "se atribuye cualidades dignas de alabanza que realmente no tiene, o
que tiene en menor grado del que alardea" (Aristóteles, Etica a Nicómaco 1127a 21), y, en
la Retórica (1384a 6), dice que
"es síntoma de alazoneia
afirmar que son propias las cosas ajenas".
Platón usa
la palabra alazon para describir
los "deseos falsos y jactanciosos" que pueden caber en el alma de un
joven y que arrojan fuera "las actividades hermosas y los pensamientos
verdaderos que son los mejores celadores de las mentes de los hombres amados de
los dioses" (Platón, República
560c).
En el
Gorgias (525a), Platón nos da la
imagen de las almas de los hombres siendo juzgadas en el más allá, almas
"en las que cada acción había dejado su huella, en las que todo es
sinrazón debido a la falsedad, la impostura
y la alazoneia, y en las que
nada es recto a causa de una naturaleza que no conocía la verdad".
Jenofonte
dice cómo el rey persa, Ciro, buen conocedor de los hombres, definía al alazon: "El nombre alazon parece aplicarse a los que
presumen de ser más ricos de lo que son y a los que prometen lo que no pueden
hacer, o bien cuando es evidente que lo hacen por obtener algún tipo de
beneficio" (Jenofonte, Ciripedia
2.2.12).
En la Memorabilia, Jenofonte aborda el mismo
tema diciéndonos cómo Sócrates condenó totalmente a tales impostores. Sócrates
afirmaba que se les podía encontrar en todas las clases sociales y en todas las
actividades de la vida, pero que eran los peores en política. "El bribón
más grande es el hombre que ha conseguido engañar a su ciudad haciéndole creer
que es apto para dirigirla" (Jenofonte,
Memorabilia 1.7.5).
Teofrasto,
en su Caracteres, tiene la famosa
descripción del alazon.
"Alazoneia -empieza- parece ser, en efecto, el atribuirnos algo que no
poseemos". El alazon es el
hombre que frecuenta los mercados y habla con los forasteros acerca de flotas
de barcos, que no tiene, y de grandes negocios, cuando su saldo en el banco es
precisamente irrisorio. Mencionará las campañas en las que ha tomado parte al
mando de Alejandro el Grande, su gran amigo. Blasonará de las cartas que los
grandes gobernantes le escriben solicitando su ayuda y consejo. Alardeará de la
casa en la que vive como siendo una gran mansión, cuando de hecho vive en una
posada, y que está pensando en venderla porque no es lo suficientemente cómoda
para los festines que organiza (Teofrasto,
Caracteres 23).
El alazon era el jactancioso fanfarrón
que se empeñaba en impresionar a los demás. Pertenece a esa clase de hombres en
los que todo es fachada y escaparate. Es el individuo dado a extravagantes
pretensiones que nunca puede colmar. Pero todavía tenemos que ver al alazon en su versión más perjudicial y
peligrosa, es decir, al sofista.
Los sofistas
-de los cuales también había en tiempos del Nuevo Testamento- eran maestros
griegos errantes que pretendían vender el conocimiento clave para triunfar en
la vida. Los griegos amaban las palabras, y los sofistas enseñaban a manejarlas
con una destreza tal, que "podían hacer que el peor razonamiento pareciera
el mejor". Aseguraban ser capaces de revelar a los hombres ese contenido
mágico de las palabras que convierte al orador en maestro.
Aristófanes
los empicota en Las Nubes. Dice
que todo el objeto de sus lecciones era enseñar a los hombres a fascinar al
jurado, a conseguir impunidad para engañar y a encontrar un argumento para
justificar cualquier cosa. Isócrates, el gran maestro griego, los odiaba.
Afirmaba que
"únicamente tratan de conseguir alumnos exigiendo pequeños honorarios y
haciendo grandes promesas". Añadía que hacen "ofrecimientos
imposibles, prometiendo impartir a sus alumnos una cierta ciencia exacta de la
conducta por medio de la cual sepan siempre qué hacer. Sin embargo, ellos cobraban
por esa ciencia de cincuenta a sesenta dólares. ..
Tratan de
atraer discípulos mediante los engañosos títulos de las materias que dicen
enseñar, tales como Justicia y Prudencia, pero la justicia y la prudencia que
enseñan son de un tipo muy peculiar, y les dan un significado a las palabras
completamente diferente del que ordinariamente las gentes les dan. De hecho, no
están seguros de los significados genuinos, pero disputan sobre ellos. Aunque
profesan enseñar justicia, no se fían de sus alumnos y les hacen pagar una
tercera parte de sus honorarios antes de que el curso empiece"
(Isócrates, Sofista 10. 193a, 4.
291d).
Platón
arremete furiosamente contra ellos en su libro
El Sofista: "Cazadores de jóvenes ricos y de buena posición,
con un simulacro de educación como cebo y el afán de lucro como objeto, ganan
dinero mediante el uso sistemático de hábiles subterfugios en la conversación
privada, aunque sean conscientes de la falsedad de lo que enseñan".
El NT
advierte al cristiano sobre estos hombres y otros similares. El aviso es contra
el falso maestro que pretende enseñar la verdad a los demás sin conocerla él
mismo. El mundo está todavía lleno de individuos como éstos, que ofrecen a los
hombres la mal llamada sabiduría, que anuncian a gritos sus mercancías doquiera
las gentes se reúnan y que, en suma, pretenden disponer del remedio para todo.
¿Cómo podremos distinguir a los tales individuos?
(I)
Su característica es orgullosa altivez. En el Testamento de José (17.8), José dice
cómo trató a sus hermanos: "Mi tierra era su tierra, y su consejo mi
consejo. Y no me exalté entre ellos con arrogancia
(alazoneia) a causa de mi gloria mundanal, sino que era entre ellos como
uno de los más humildes". El alazon
es el maestro que se pavonea en lo que enseña y que ha sido deslumbrado por su
propia inteligencia.
(II)
Lo único que tienen son palabras. El sofista se escudaba en
Epicteto, cuando los jóvenes fueron a él buscando quien los ilustrara.
"¿Enseñarles a vivir?" -dice Epicteto. Y, después, él mismo contesta
su propia pregunta: "No, tonto; no cómo vivir, sino cómo hablar, que es
también la razón por la que se te admira" (Epicteto, Discursos 3.23). El alazon procura sustituir acciones
excelentes por palabras inteligentes.
(III)
Su móvil es el
lucro. Al alazon
sólo le interesa cuánto va a ganar, ora prestigio para su reputación, ora
dinero para su bolsillo. El programa que predican está destinado a llevar
adelante su promoción personal ... a costa de los demás.
El alazon no ha muerto todavía. Aún hay
maestros que ofrecen sabiduría mundanal en vez de celestial; que hilan bellas
palabras sin que terminen jamás en una acción amable; que su enseñanza está
animada por la autopromoción y que su único deseo es el lucro y el poder.