tal vez de ἄγαν ágan (mucho) [o compare H5689]; amar (en sentido social o moral):- amado, amada, amar, amor. Compare G5368.
G26
AGAPE26 Y AGAPAN25
LA MÁS GRANDE DE LAS VIRTUDES
La lengua griega es una de las más ricas, y tiene una facultad sin
rival para expresar los diversos matices del significado de un concepto, pues,
como sucede con cierta frecuencia, dispone de series completas de palabras para
ello. Así, por ejemplo, mientras el inglés dispone solamente de un vocablo para
expresar toda clase de amor, el griego tiene por lo menos cuatro. Agape significa amor, y agapan, que es el verbo,
significa amar. El amor es la más
grande de las virtudes; la virtud característica de la fe cristiana. Por tanto
haremos bien en procurar descubrir todo el contenido de estas dos palabras
griegas cuyas características distintivas podremos conocer si las comparamos
con otras palabras griegas que también signifiquen amor.
1. El sustantivo eros y
el verbo eran se usan principalmente
para denotar el amor entre los sexos. Aunque también pueden utilizarse para
expresar la pasión de la ambición o la intensidad de un sentimiento patriótico,
característicamente son palabras que se emplean con relación al amor físico.
Gregorio Nazianceno definió ecos
como "el deseo ardiente e insufrible". Jenofonte, en la Ciropedia (5.1.11), tiene un pasaje
que muestra exactamente el significado de
eros y eran. Araspas y Ciro están discutiendo las diferentes
clases de amor, y el primero dice: "Un hermano no se enamora de su
hermana, sino de otra; ni un padre se enamora de su hija, sino de cualquier
otra mujer, porque el temor de Dios y las leyes de la tierra son suficientes
para impedir tal clase de amor" (ecos).
Notemos que estas palabras están predominantemente relacionadas con el amor
sexual. En castellano, el vocablo amante
puede connotar cierta bajeza en la forma de amar; y, en griego, el significado
de las palabras que estamos estudiando había degenerado a fin de representar
hechos más vulgares. Es claro que el cristianismo difícilmente podía haberse
anexado estas palabras, por lo que no aparecen en absoluto en el Nuevo
Testamento.
2. El sustantivo storge
y el verbo stergein tienen que
ver especialmente con los afectos
familiares. Pueden utilizarse para expresar la clase de amor que siente un
pueblo por su gobernante o una nación o familia por su dios tutelar, pero su
uso regular describe fundamentalmente el amor de padres a hijos y viceversa.
Platón escribe: "Un niño ama (stergein)
a, y es amado por, aquellos que lo engendraron" (Leyes, 754b). Una palabra afín se
encuentra a menudo en los testamentos. Se deja un legado a un miembro de la
familia trata philostorgian, es
decir, "por el amor que te tengo". Estas palabras no se encuentran en
el NT excepto el adjetivo afín philostorgos,
que aparece una vez en Ro. 12:10 (el gran capítulo que Pablo dedica a la ética)
y que la Versión Reina Valera de 1908 traduce
amor fraternal. Esto es muy sugestivo porque denota que la
comunidad cristiana no es una sociedad,
sino una familia.
3. Las palabras griegas más comunes para amor son el sustantivo philia y el verbo philein, y ambas tienen un halo de
cálido atractivo. Estas palabras encierran la idea de mirar a uno con afectuoso
reconocimiento. Pueden usarse respecto del amor entre amigos y entre esposos.
La mejor traducción de philein es
apreciar, la cual, incluyendo el amor físico, abarca mucho más. Algunas veces
puede significar incluso besar.
Estas palabras tienen en sí todo el calor del auténtico afecto y del auténtico
amor. En el NT, philein se
utiliza también para expresar el amor entre padres e hijos (Mt. 10:37); el amor
de Jesús a Lázaro (Jn. 11:3, 36) y, una vez, el amor de Jesús al discípulo
amado (Jn. 20:2). Philla y philein
son palabras hermosas para describir una relación hermosa.
4. Con mucho, las palabras más comunes en el NT para amor son el nombre agape y el verbo agapan. Primero, estudiemos el
sustantivo. Agape no es en
absoluto una palabra clásica, por lo que es dudoso que se haya utilizado alguna
vez en el griego clásico. En la Septuaginta, se usa catorce veces respecto del
amor sexual (p. ej., Jer. 2:2) y dos veces (p. ej., Ec. 9:1) como la opuesta
de misos, que significa odio. A estas alturas, agape no ha llegado a ser todavía una
gran palabra, pero hay indicios de que lo será. En el Libro de Sabiduría, se
usa para describir el amor de Dios (Sabiduría 3:9) y el amor a la sabiduría
(Sabiduría 6:18). La Carta de Aristias dice (229) que la piedad está íntimamente
relacionada con la belleza, pues "es la forma preeminente de la
belleza, y su poder radica en
el amor (agape), el cual es un
don de Dios". Filón utiliza agape
una vez en el más noble sentido. Dice que
phobos (miedo) y agape
(amor) son sentimientos afines y, a su vez, característica del sentimiento del
hombre hacia Dios. Pero solamente podemos encontrar raras y dispersas
apariciones de esta palabra, agape,
que llegaría a ser la clave de la ética del NT. Ahora volvamos al verbo agapan. Este verbo se emplea en el
griego clásico más que el sustantivo, pero tampoco es muy frecuente. Puede
significar saludar afectuosamente.
Puede describir el amor al dinero y a las piedras preciosas. También puede
usarse como expresión de estar contento con alguna cosa o con alguna situación.
Incluso se utiliza una vez (Plutarco, Pericles
1) para describir a una dama de la alta sociedad acariciando a su perrito
faldero. Pero la gran diferencia entre philein
y agapan en el griego clásico es que
agapan carece del calor que caracteriza a philein. Hay dos buenos ejemplos de
esto. Dio Casio, refiriéndose al famoso discurso de Antonio respecto a César,
dice (44.48): "Vosotros lo amabais (philein)
como a un padre, y lo apreciabais (agapan)
como a un benefactor." Philein
describe el cálido amor que se profesa a un padre; agapan, la afectuosa gratitud que se
siente hacia un benefactor. En la Memorabilia,
Jenofonte describe cómo Aristarco consulta a Sócrates sobre un problema que
tenía consistente en que, debido a los condicionamientos de la guerra, se veía
obligado a vivir con catorce mujeres, parientes, que vivían a costa de él,
pues, dada su situación de desplazadas, no tenían nada que hacer, y,
lógicamente, surgían conflictos. Sócrates le aconseja que las ponga a trabajar,
sean o no de ilustre cuna. Aristarco lo hace así y el problema se soluciona.
"Las caras sombrías se tornaron radiantes; ellas lo amaron (philein) como a su protector; él las
miraba con afecto (agapan) porque
eran útiles" (Jenofonte, Memorabilia,
2.7.12). De nuevo se manifiesta en philein
una calidez que no está en agapan.
No sería cierto si dijéramos que en el NT se usan nada más que agape y agapan para expresar el amor
cristiano. Algunas veces se utiliza también
philein, como en los casos siguientes: para indicar la clase de
amor que el Padre tiene al Hijo (Jn. 5:20); para denotar el amor de Dios a los
hombres (Jn. 16:27) y para expresar la devoción que los hombres deben tener a
Jesús (1 Cor. 16:22). Pero philein
se encuentra en el NT relativamente poco en comparación con agape, que aparece casi ciento veinte
veces, y con agapan, que se
emplea más de ciento treinta. Antes de estudiar detenidamente el uso que se
hace de estas palabras, hay algo en torno a ellas y a su significado que hemos
de tener en cuenta. ¿Por qué la forma cristiana de expresión se desentendió de
las otras palabras griegas que significan amor y se centró en éstas?
Evidentemente, las otras palabras habían adquirido ciertos matices que
las hacían inadecuadas. Eros se
asociaba definitivamente con el lado más vulgar del amor; tenía que ver mucho
más con la pasión que con el amor. Storge
estaba muy vinculada al afecto familiar, pero nunca tuvo en sí la amplitud que
la concepción del amor cristiano exige.
Philia era una palabra agradable, pero fundamentalmente
denotaba calidez, intimidad y afecto. Podía usarse adecuadamente tan sólo
respecto de nuestros allegados más amados, y el cristianismo necesitaba una
palabra que incluyera mucho más. El pensamiento cristiano se fijó en agape porque era la única palabra
capaz de abarcar el contenido necesario; porque
agape demanda el concurso del hombre como un todo.
El amor cristiano no alcanza únicamente a nuestros parientes, a
nuestros amigos más íntimos y, en general, a todos los que nos aman; el amor
cristiano se extiende hasta el prójimo, sea amigo o enemigo, y hasta el mundo
entero.
Por otra parte, todas las palabras ordinarias que significan amor
expresan una emoción. Son palabras que se refieren al corazón y que ponen de
manifiesto una experiencia que nos coge de improviso, sin buscarla, casi
inevitablemente. No podemos impedir amar a nuestros parientes (la sangre tira)
y a nuestros amigos. El enamorarse
no es ninguna proeza; es algo que nos sucede y que no podemos evitar. No hay
ninguna virtud particular en el hecho de enamorarse, pues, para ello, poco o
nada consciente tenemos que hacer. Simplemente, sucede. Pero agape implica mucho más. Agape tiene que ver con la mente. No
es una mera emoción que se desata espontáneamente en nuestros corazones, sino
un principio por el cual vivimos deliberadamente. Agape se relaciona íntimamente con
la voluntad. Es una conquista,
una victoria, una proeza. Nadie amó jamás a sus enemigos; pero al llegar a
hacerlo es una auténtica conquista de todas nuestras inclinaciones naturales y
emocionales.
Este agape, este amor
cristiano, no es una simple experiencia emocional que nos venga
espontáneamente; es un principio deliberado de la mente, una conquista
deliberada, una proeza de la voluntad. Es la facultad de amar lo que no es
amable, de amar a la gente que no nos gusta. El cristianismo no nos pide que
amemos a nuestros enemigos, y a los hombres en general, de la misma forma que
amamos a nuestros familiares y amigos íntimos porque eso seria a la vez
imposible y erróneo. Pero sí demanda que tengamos en todo tiempo una cierta
actitud mental y una cierta inclinación benevolente hacia los demás sin
importarnos su condición.
¿Cuál es, pues, el significado de
agape? El supremo pasaje para interpretarlo es Mateo 5:43-48. Ahí
se nos manda amar a nuestros enemigos. ¿Para qué? Para que seamos como Dios, que hace
caer su lluvia sobre justos e injustos, sobre buenos y malos. Es decir, al margen de cómo un hombre sea, Dios no
procura para él sino su mayor bien. Eso es
agape, el espíritu que dice: "Sin importarme lo que un
hombre, santo o pecador, me haga, nunca procuraré perjudicarlo ni vengarme.
Jamás buscaré para él otra cosa que no sea lo mejor." Es decir, amor
cristiano, agape, es benevolencia insuperable, bondad
invencible. Como ya hemos dicho, agape
no es meramente una ola de emoción; es una deliberada convicción que resulta en
una deliberada norma de vida. Es una proeza, una victoria, una conquista de la
voluntad. Agape apela a todo el
hombre para realizarse; no sólo toma su corazón, sino también su mente y su
voluntad.
Si esto es así, debemos hacer constar que:
(I) El agape humano,
nuestro amor al prójimo, está obligado a ser
producto del Espíritu. El NT es muy claro en este punto (Gá.
5:22; Ro. 15:30; Col. 1:8). El agape
cristiano es innatural en el sentido de que no es posible para el hombre
natural. Un hombre podrá demostrar esta benevolencia universal, podrá ser
purificado del odio, de la amargura y de la inclinación natural del ser humano
a la enemistad, solamente cuando el Espíritu tome posesión de él y vierta en su
corazón el amor de Dios.
El agape cristiano es
imposible para el no cristiano. Ningún hombre puede practicar la ética
cristiana hasta que no sea cristiano. Puede ver con absoluta claridad lo
deseable que es; puede reconocer que es la solución de los problemas del mundo;
puede aceptarla racionalmente, pero no podrá vivirla prácticamente hasta que
Cristo viva en él.
(II) Cuando entendemos lo que agape
significa, tropezamos con la gran objeción de que una sociedad basada en este
amor sería un paraíso para los criminales, pues les facilitaría su propio
camino. Puede alegarse que si en realidad hemos de procurar lo mejor para el
hombre, bien podemos resistirlo, bien podemos castigarlo, bien podemos tratarlo
con suma dureza -¡por el bien de su alma!
Pero el hecho permanece de que por mucho que hagamos por el hombre,
nunca será puramente vindicativo, ni siquiera meramente retributivo, si no se
hace dentro de ese amor perdonador que no procura el castigo del hombre -y
mucho menos su aniquilación-, sino lo mejor. En otras palabras, agape quiere decir tratar a los
hombres como Dios los trata, lo cual no significa permitirles hacer todo cuanto
les plazca.
Cuando estudiamos el NT encontrarnos que el amor es la base de toda
relación perfecta en los cielos y en la tierra.
(I) El amor es la base de la relación entre el Padre y el Hijo, entre
Dios y Jesús. Jesús puede hablar de "el amor con que me has amado"
(Jn. 17:26). El es el "Hijo amado" (Col. 1:13; cf. Jn. 3:35; 10:17; 15:9; 17:23, 24).
(ll) El amor es la base de la relación entre el Hijo y el Padre. El
propósito de toda la vida de Jesús fue que "el mundo conozca que amo al
Padre" (Jn. 14:31).
(lll) Amor es la actitud de Dios hacia los hombres (Jn. 3:16; Ro.
8:37; 5:8; Ef. 2:4; 2 Co. 13:14; 1 Jn. 3:1, 16; 4:9, 10). A veces, el
cristianismo es presentado de una forma tal, que parece ser la obra hecha por
un apacible y amable Jesús para calmar y apaciguar a un Dios severo y colérico,
algo así como que Jesús cambió la actitud de Dios hacia nosotros. El NT no
conoce nada de eso. Todo el proceso de la salvación comenzó porque Dios amó al
mundo en gran manera.
(IV) El deber del hombre es amar a Dios (Mt. 22:37; cf Mr. 12:30 y Lc. 10:27; Ro. 8:28; 1
Co. 2:9; 2 Ti. 4:8; 1 Jn. 4:19). El cristianismo no concibe al hombre sometido
al poder de Dios, sino rendido al poder de Dios. No es que la voluntad del
hombre sea triturada, sino que el corazón del hombre es quebrantado.
(V) La fuerza motriz de la vida de Jesús fue su amor a los hombres
(Gá. 2:20; Ef. 5:2; 2 Ts. 2:16; Ap. 1:5; Jn. 15:9).
(VI) La esencia de la fe cristiana es el amor a Jesús (Ef. 6:24; 1 P.
1:8; Jn. 21:15, 16). Así como Jesús es el amante de las almas de los hombres,
el cristiano lo es de Cristo.
(VII) Lo distintivo de la vida cristiana es el amor de los cristianos
entre sí (Jn. 13:34; 15:12, 17; 1 P. 1:22; 1 Jn. 3:11, 23; 4:7). Cristianos son
aquellos que aman a Jesús y se aman entre sí.
La base de toda relación justa concebible en los cielos y en la tierra
es el amor. El NT tiene mucho que decir sobre el amor que Dios profesa a los
hombres.
(I) Amor es la misma naturaleza de Dios. Dios es amor (1 Jn. 4:7, 8; 2
Co. 13:11).
(II) El amor de Dios es universal.
No fue sólo al pueblo escogido al que Dios amó, sino al mundo entero -y en gran
manera (Jn. 3:16).
(Ill) El amor de Dios es sacrificial.
La prueba de su amor es la dación de su Hijo por los hombres (1 Jn. 4:9, 10;
Jn. 3:16). La garantía del amor de Jesús es que se dio por nosotros (Gá. 2:20;
Ef. 5:2; Ap. 1:5).
(IV) El amor de Dios es inmerecido.
Dios nos amó, y Jesús murió por nosotros, cuando éramos enemigos de Dios (Ro.
5:8; 1 Jn. 3:1; 4:9, 10).
(V) El amor de Dios es misericordioso
(Ef. 2:4). No es dictador ni tiránicamente posesivo; es el amor anhelante del
corazón misericordioso.
(VI) El amor de Dios es salvador
y santificador (2 Ts. 2:13). Rescata del pasado y capacita a los hombres
para hacer frente al futuro.
(VII) El amor de Dios es confortador.
En él, y a través de él, todo hombre llega a ser más que vencedor (Ro. 8:37).
No es el amor blando e hiperproteccionista que hace a los hombres débiles e
inmaduros; es el amor que fabrica héroes.
(VIII) El amor de Dios es inseparable
(Ro. 8:39). Por la naturaleza de las cosas, el amor humano está llamado a
terminarse, al menos por un tiempo, pero el amor de Dios perdura sobre todos
los azares, cambios y amenazas de la vida.
(IX) El amor de Dios es recompensados
(Stg. 1:12; 2:5). En esta vida, es algo precioso, y sus promesas para la vida
venidera son todavía más grandes.
(X) El amor de Dios es disciplinario
(He. 12:6). El amor de Dios sabe que la disciplina es una parte esencial del
amor.
El NT también tiene mucho que decir sobre cómo debe ser el amor del
hombre a Dios.
(I) Debe ser amor exclusivo
(Mt. 6:24; Lc. 16:13). Solamente hay lugar para una lealtad en la vida
cristiana.
(II) Es un amor cimentado en
la gratitud (Lc. 7:42, 47). Las dádivas del amor de Dios piden a cambio
todo el amor de nuestros corazones.
(Ill) Es un amor obediente.
Repetidamente, el NT determina que la única forma de probar que amamos a Dios
es obedeciéndole incondicionalmente (Jn. 14:15, 21, 23, 24; 13:35; 15:10; 1 Jn.
2:5; 5:2, 3; 2 Jn. 6). La obediencia es la demostración definitiva del amor.
(IV) Es un amor extrovertido.
Demostramos que amamos a Dios por el hecho de que amamos y ayudamos a nuestro
prójimo (1 Jn. 4:12, 20; 3:14; 2:10). Negar nuestra ayuda a los hombres es
tanto como probar que es falso el que haya amor de Dios en nosotros (1 Jn.
3:17).
Obediencia a Dios y amable ayuda a los hombres son las dos evidencias
que patentizan nuestro amor.
Veamos ahora la otra cara de la moneda: el amor del hombre por el
hombre.
(I) El amor debe ser la mismísima atmósfera de la vida cristiana (1
Co. 16:14; Col. 1:4; 1 Ts. 1:3; 3:6; 2 Ts. 1:3; Ef. 5:2; Ap. 2:19). El amor es
el emblema de la comunidad cristiana. Una iglesia en la que haya amargura y
contienda puede llamarse iglesia de los hombres, pero no de Cristo. Las luchas
intestinas han enrarecido la atmósfera de su vida espiritual y la han
asfixiado. Ha perdido el emblema de la vida cristiana y ya no es reconocible
como la tal iglesia.
(II) La iglesia se edifica en amor (Ef. 4:16). El amor es el
fundamento que la sostiene; el clima en el que puede crecer; el alimento que la
nutre.
(lll) La fuerza motriz del líder cristiano debe ser el amor (2 Co.
11:11; 12:15; 2:4; 1 Ti. 4:12; 2 Ti. 3:10; 2 Jn. 1; 3 Jn. 1). No debe haber
lugar en la iglesia para el hombre que sirve por razones de prestigio, de
preeminencia y de poder. El móvil del líder cristiano debe ser únicamente amar
y servir a su prójimo.
(IV) Al mismo tiempo, la actitud del cristiano hacia sus líderes debe
estar promovida por el amor (1 Ts. 5:13). Demasiado a menudo, esa actitud es de
criticismo, descontento e incluso de resentimiento. El vínculo que una a los
que militan en el ejército cristiano ha de ser el amor.
El amor cristiano se va ensanchando en círculos cada vez más amplios.
(I) El amor cristiano empieza en el
hogar (Ef. 5:25, 28, 33). No debemos olvidar que la familia
cristiana es uno de los mejores testigos de Cristo en el mundo. El amor
cristiano empieza en el hogar. E! hombre que ha fracasado en hacer de su propia
familia el centro del amor cristiano, tiene poco derecho a ejercer autoridad en
la otra familia más numerosa que es la iglesia.
(II) El amor cristiano debe ser percibido por los ajenos a la congregación (1 P. 2:17). La atónita
expresión de los paganos en los primeros días del cristianismo era:
"¡Mirad cómo se aman los cristianos!" Uno de los obstáculos más
grandes con que tropieza la iglesia moderna -bajo el punto de vista del
testimonio- es que al espectador debe aparecérsele como un conjunto de personas
enzarzadas en disputas por verdaderas fruslerías. Una iglesia totalmente sumida
en la paz del mutuo amor es un fenómeno raro. Ahora bien, para lograr esa paz
no es preciso que sus miembros piensen de idéntica forma ni que estén de
acuerdo en todo; basta con que, aun difiriendo, puedan todavía seguir amándose.
(Ill) El amor cristiano alcanza a nuestro prójimo (Mt. 19:19; 22:39 cf. Mr. 12:31 y Lc. 10:27; Ro. 13:9;
Gá. 5:14; Stg. 2:8). Nuestro prójimo es, simplemente, todo aquel que esté
necesitado. Como el poeta romano dijo: "No considero extraño a ningún ser
humano." Como es sabido, muchas más personas han sido traídas a la iglesia
por la bondad del amor cristiano que por todos los argumentos teológicos
habidos y por haber. Asimismo, muchas más personas han abandonado las iglesias
-o han sido echadas- por la dureza y deformidad del mal llamado cristianismo
que por todas las dudas del mundo.
(IV) El amor cristiano alcanza a nuestros enemigos (Lc. 6:27; cf Mt. 5:44). Hemos visto que amor
cristiano significa benevolencia insuperable y bondad invencible. El cristiano,
olvidando lo que un hombre le haga, nunca cesará de procurar lo mejor para ese
hombre. Aunque sea insultado, injuriado, injustamente agraviado y calumniado,
el cristiano nunca odiará ni permitirá que el rencor invada su corazón. Cuando
Lincoln fue acusado de tratar a sus enemigos con demasiada cortesía y bondad, y
cuando se le dijo que su deber era destruirlos, él dijo: "¿Acaso no destruyo
a mis enemigos haciéndolos mis amigos?" El único método del cristiano para
destruir a sus enemigos es amarlos como amigos.
Veamos ahora las características del amor cristiano.
(I) El amor es sincero
(Ro. 12:9; 2 Co. 6:6; 8:8; 1 P. 1:22). No tiene un doble fondo; no es egoísta.
No es el agrado superficial que oculta un gran rencor. Es un amor que se da a
su objeto con los ojos y el corazón bien abiertos.
(II) El amor es inocente
(Ro. 13:10). El amor cristiano no hace mal a nadie. El mal llamado amor puede
dañar de dos formas: conduciendo al pecado y siendo hiperposesivo e
hiperprotector. Respecto a la primera forma, Burns dijo de un hombre que
conoció cuando él aprendía el rastrilleo del lino en Irvine: "Su amistad
me hizo mal." Respecto a la segunda forma, es el caso típico del amor
sofocante, como el de algunas madres.
(Ill) El amor es generoso
(2 Co. 8:24). Hay dos clases de amor: el que exige y el que da. El amor
cristiano es dadivoso porque se inspira en el amor de Jesús (Jn. 13:34) y tiene
su móvil principal en el amor de Dios (1 Jn. 4:11).
(IV) El amor es práctico
(He. 6:10; 1 Jn. 3:18). No es un mero sentimiento bondadoso que se limite a
piadosos y buenos deseos; es un amor que se manifiesta en la acción.
(V) El amor es paciente
(Ef. 4:2). El amor cristiano es testimonio en contra de todo aquello que tan
fácilmente transforma el amor en odio.
(VI) El amor se manifiesta en el
perdón y en la restauración
(2 Co. 2:8). El amor cristiano es capaz de perdonar y, al hacerlo, capacita al
malhechor para que vuelva al buen camino.
(VII) El amor es realista
(2 Co. 2:4). El amor cristiano no cierra los ojos ante las faltas de los demás.
El amor no es ciego, y usará de la reprimenda y la disciplina cuando sea
necesario. El amor que no quiere ver las faltas, que evita la parte
desagradable de toda disciplina, no es en absoluto amor auténtico y, al final,
dañará a su objeto amado.
(VIII) El amor cuida la
libertad (Gá. 5:13; Ro. 14:15). Es completamente cierto que un cristiano
tiene derecho a hacer todo aquello que no sea pecaminoso. Pero hay ciertas
acciones en las que un cristiano no ve mal alguno y, sin embargo, pueden
ofender a otro cristiano e incluso causar la ruina de otro hombre. El seguidor
de Cristo nunca olvida su libertad cristiana, pero tampoco olvida que esa
libertad está controlada por el amor cristiano y por la responsabilidad
cristiana ante los demás.
(IX) El amor cuida la sinceridad
(Ef. 4:15). El cristiano ama la verdad (2 Ts. 2:10), pero al expresarla procura
no hacerlo cruel ni antipáticamente para no herir. Se decía de Florence
Allshorn, el gran maestro, que cuando tenía que reprender a alguno de sus
alumnos lo hacía echándole el brazo sobre los hombros. El cristiano no oculta
la verdad, pero siempre recuerda que amor y verdad van de la mano.
(X) El amor cristiano es el
vínculo que hace posible el compañerismo cristiano (Fil. 2:2; Col. 2:2).
Pablo habla de los cristianos como unidos en amor. Nuestros puntos de vista
teológicos pueden discrepar; asimismo, nuestras opiniones sobre métodos pueden
diferir; pero, a través de las diferencias, vendrá la memoria constante de que
amamos a Cristo y que, por consecuencia, nos amamos unos a otros.
(XI) El amor es lo que da
derecho al cristiano a pedir ayuda y favor a otro cristiano (Flm. 9). Si
realmente estamos tan unidos en amor como debemos estar, encontraremos fácil
pedir y natural dar cuando surja la necesidad.
(XII) El amor es la fuerza
motriz de la fe (Gá. 5:6). Más personas son ganadas para Cristo cuando se
apela al corazón que cuando se apela al cerebro. La fe nace no tanto de una
búsqueda intelectual como del levantamiento de la cruz de Cristo. Es cierto
que, más tarde o más temprano, pensaremos en ciertas cuestiones que a veces nos
desbordarán, pero, en el cristianismo, el corazón debe antes sentir que la
mente pensar.
(XIII) El amor es el
perfeccionador de la vida cristiana (Ro. 13:10; Col. 3:14; 1 Ti. 1:5; 6:11;
1 Jn. 4:12). No hay en este mundo nada más grande que el amor. La tarea
primaria de la iglesia no es perfeccionar su edificio, su liturgia, su música o
sus vestiduras, sino perfeccionar su amor.
Finalmente, el NT manifiesta que hay ciertas formas a través de las
cuales el amor puede ser mal dirigido.
(I) El amor del mundo es
un amor mal dirigido (1 Jn. 2:15). Demas desamparó a Pablo por amar al mundo (2
Ti. 4:10). Un hombre puede amar tanto lo temporal, que olvida lo eterno; puede
amar tanto los premios del mundo, que olvida los premios últimos y esenciales que
tienen que ver con la eternidad. Un hombre puede amar al mundo de tal manera,
que acepta sus normas y abandona las de Cristo.
(II) El amor al prestigio
personal es un amor mal dirigido. Los escribas y fariseos amaban los
principales asientos en las sinagogas y las alabanzas de los demás (Lc. 11:43;
Jn. 12:43). La pregunta de un hombre debe siempre ser: "¿Qué piensa Dios
de mi conducta?" Y, no: "¿Qué piensan los hombres de mi
conducta?"
(III) El amor a las
tinieblas y el miedo a la luz es la inevitable consecuencia del pecado (Jn.
3:19). Tan pronto un hombre peca, tiene algo que ocultar; y, entonces, ama las
tinieblas. Ahora bien, las tinieblas pueden ocultarlo de los hombres, pero no
de Dios.
Así, después de todo, vemos, sin la menor sombra de duda, que la vida
cristiana es edificada sobre dos pilares gemelos: el amor a Dios y el amor al
prójimo.