de G2596 y G236; cambiar mutuamente, i.e. (figurativamente) componer una diferencia:- reconciliación, reconciliar.
G2644
KATALLASSEIN2644
LA PALABRA DE
LA RECONCILIACIÓN
Hay en los escritos de Pablo un
grupo de palabras que es de suma importancia por usarlo el apóstol para
reflejar la experiencia central de la fe cristiana.
Todas estas palabras son formas
compuestas a partir del verbo simple allassein,
que significa cambiar. En el
griego clásico, allassein se
utiliza para expresar el cambiar
de la forma, del color y de la apariencia. Suele usarse muy a menudo con la
idea de canjear o trocar, i.e., de dar una cosa a cambio de otra. En este
sentido, puede aplicarse a uno que, en su desventura, cambia una desgracia por
otra.
Allassein es un verbo
corriente en el NT. Esteban es acusado de enseñar que Jesús cambiará las costumbres aceptadas por
los judíos (Hch. 6:14). Los paganos cambiaron
la gloria de Dios por imágenes inanimadas y corruptibles (Ro. 1:23). Pablo dice
a los corintios que serán transformados
(1 Co. 15:51). Cuando al apóstol detecta el peligro de perversión que
amenaza a la fe de los Gálatas, desea cambiar
de tono y adoptar el acento de severidad y reprensión (Gá. 4:20). La palabra se
usa en He. 1:12 respecto de mudar
un vestido. Allassein, pues,
puede referirse a casi cualquier clase de
cambio.
Allassein da lugar a ciertas formas compuestas.
En el griego clásico corriente, la más común de estas formas es katallassein, otra de las grandes
palabras paulinas. Pero debemos continuar el examen de este grupo de vocablos
en el griego secular ordinario antes de ocuparnos de su uso en el NT.
Katallassein, en el griego
secular común, adquiere el sentido casi técnico de cambiar dinero o cambiar por dinero.
Plutarco cuenta cómo cuatro hermanos sirios robaron los vasos de oro del rey de
Corinto y, poco a poco, los cambiaron
por dinero (Plutarco, Arato 18).
El sustantivo correspondiente, katalage,
tiene el mismo sentido de trueque,
especialmente por dinero.
Y, así, katallassein comienza a expresar la
idea más amplia de intercambiar una cosa por otra. Aristóteles, por ejemplo,
dice que los soldados mercenarios están dispuestos a dar sus vidas a cambio de fruslerías
(Aristóteles, Ética a Nicómaco,
1117b 20).
Después, katallassein avanza un paso más y
empieza a significar, especialmente, el
cambio de la enemistad en amistad. Clitemnestra recuerda a Agamenón cómo él
es culpable de la muerte de Tántalo, su primer marido, y de la del hijo que
tuvo con éste, y añade: "Reconciliada
contigo, atestiguarás ante tu linaje que he sido una mujer intachable"
(Eurípides, I figenia en Aulide, 1157). Sófocles habla de un hombre poniéndose en paz con el cielo
(Sófocles, Ayax 744). Tucídides
narra cómo Hermócrates, en las guerras sicilianas, medió para que las dos
partes enemigas depusieran las armas y se
reconciliaran (Tucídides, 4.59). Jenofonte se refiere a un hombre
que había hecho la guerra a Ciro y que después
volvió a ser su amigo (Jenofonte,
Anébasis 1.6.1). En todos estos casos, el verbo utilizado es katallassein.
Así, pues, en el griego
clásico katallassein es,
característicamente, la palabra que expresa la idea de haber vuelto a unir dos
partes que han estado en conflicto. En cierto papiro, un hombre, aparentemente
un padre de familia, pregunta mediante un oráculo: "¿Estoy en condiciones
de ser reconciliado con mi
prole?"
Antes de que el NT la utilizara,
ya era katallassein la palabra de
la reconciliación.
Ahora volvamos al uso de katallassein y sus afines en el NT.
Salvo un par de excepciones, estas palabras siempre se utilizan en el NT
respecto del restablecimiento dé las relaciones entre el hombre y Dios.
La primera excepción es 1 Co.
7:11, donde Pablo determina que si una mujer se separa de su marido no debe
casarse con otro, sino reconciliarse
con él. El otro caso tiene que ver con el simple uso de la palabra afín sunallassein. Este vocablo aparece en
Hch. 7:26 relacionado con Moisés, i.e., cuando éste, estando todavía en Egipto,
quiso poner en paz a los dos
israelitas que reñían. Aun cuando esta palabra se emplea en conexión con las
relaciones humanas, siempre se refiere a la restauración de una amistad rota y
a la normalización de una camaradería interrumpida.
Solamente Pablo es quien usa este
grupo de palabras; y siempre referidas al restablecimiento de la relación entre
el hombre y Dios. En Ro. 5:11, habla de Jesucristo, a través de quién hemos
recibido ahora la reconciliación
(katallage). En Ro. 11:15 se refiere a la exclusión de los judíos para
la reconciliación del mundo (katallage). En 2 Co. 5:18, 19, alude
al ministerio y a la palabra de reconciliación
(katallage).
En Ro. 5:10, dice que, aún siendo
enemigos, fuimos reconciliados
con Dios por la muerte de su Hijo (katallassein).
En 2 Co. 5:18-20 hay una serie completa de usos de esta palabra: Dios nos
ha reconciliado con él por Jesús;
Dios estaba en Cristo reconciliando
al mundo consigo mismo; os rogamos que os
reconciliéis con Dios.
Dos veces utiliza Pablo apokatallassein, forma intensiva
de katallassein. En Ef. 2:16,
refiere cómo Jesucristo ha reconciliado
a los judíos con los gentiles, y a ambos con Dios; y, en Col. 1:21, declara
que Jesucristo ha reconciliado
todas las cosas y todos los hombres con Dios.
(I)
Primero y principal, Pablo ve la obra de
Jesucristo fundamentalmente como una obra de reconciliación. A través de lo que
Cristo hizo, la perdida relación entre el hombre y Dios es restablecida. El hombre
fue creado para tener amistad y compañerismo con Dios. El hombre, por su
desobediencia y rebeldía, acabó siendo enemigo de Dios. La obra de Jesús quitó
la enemistad y restauró la relación amistosa que siempre debía haber existido,
pero que fue rota por el pecado del hombre.
(II)
Notemos que Pablo jamás habla de Dios como siendo
reconciliado con el hombre, sino que siempre es el hombre el reconciliado con
Dios. En el más significativo de todos los pasajes, 2 Co. 5:18-20, se refiere
tres veces a Dios reconciliando al hombre con él. Era el hombre, y no Dios,
quien necesitaba ser reconciliado. Nada había disminuido el amor de Dios; nada
había tornado ese amor en odio; nada había desvanecido el anhelo de su corazón.
El hombre pecaría, pero Dios todavía le amaba. No era Dios quien necesitaba ser
apaciguado, era el hombre quien precisaba ser movido a la entrega, a la
penitencia y al amor.
(III)
Aquí estamos frente a una verdad ineludible: el
efecto de la Cruz -al menos en esta esfera del pensamiento de Pablo- recaía
sobre el hombre, y no sobre Dios. El efecto de la cruz no cambió el corazón de
Dios, sino el del hombre. Era el hombre quien necesitaba ser reconciliado con
Dios, y no al revés. Va totalmente en contra del pensamiento paulino, imaginar
a Jesucristo como el pacificador de un Dios airado, o pensar que la ira de Dios
se volvió amor, o su juicio se transformó en misericordia, a causa de algo que
Jesús hiciese.
Cuando miramos este asunto como
Pablo lo mira, descubrimos que fue el pecado del hombre lo convertido en
penitencia; la rebeldía, en rendición; la enemistad, en amor, por el amor
sacrificial de Jesucristo en la cruz. La cruz fue el precio de operar este
cambio en los corazones de los hombres.
Una cosa queda por decir. Si todo esto es así -y así es el ministerio de
la iglesia es un ministerio de reconciliación, tal como el mismo Pablo dice (2
Co. 5:19, 20). La función del predicador no es llevar a los hombres la ira de
Dios, sino proclamarles el ofrecimiento de su amor. El mensaje del predicador
debe ser siempre: mira esa cruz y ve cuánto te ama Dios. ¿Puedes volver la
espalda a semejante amor? La mismísima esencia del cristianismo es la
restauración de una relación perdida. La misión del cristianismo es volver a
los hombres a Dios, cuyo amor ellos desdeñaron, pero que, a pesar de eso, sigue
todavía esperando que vuelvan al hogar. La tarea el predicador es quebrantar el
corazón de