G266
HAMARTIA266
Y HAMARTANEIN264
EL YERRO QUE
ES EL PECADO
de G264; pecar (propiamente abstractamente):- pecado, pecaminoso, pecar.
Hamartia es el
nombre que traducimos "pecado". Es muy común en el NT, donde,
solamente en las epístolas paulinas, se encuentra sesenta veces. Hamartanein es el verbo usual que se
traduce "pecar". En el griego clásico, estas palabras no tenían, ¡ni
mucho menos!, un significado tan importante como en el griego del NT. En el
griego clásico, hamartia expresa
básicamente la idea de "yerro".
Hamartanein empezó
significando "errar el blanco", como, por ejemplo, cuando se dispara
una flecha, que no acierta. Se puede usar respecto de haber equivocado una
carretera, de habernos fallado un plan, de habérsenos frustrado una esperanza o
un propósito. En el griego clásico, pues, estos vocablos están siempre
conectados con alguna clase de fallo negativo, más bien que con algún tipo de
transgresión positiva, pero en el NT describen algo mucho más serio.
Hay que
tener en cuenta que, en el NT, hamartia
no describe un acto definido de pecado, sino el estado de pecado, del cual
dimanan las acciones pecaminosas. De hecho, en Pablo el pecado está tan a punto
de personalizarse, que podría escribirse con inicial mayúscula y pensarse que
fuera un poder personal y maligno que tiene al hombre en sus garras.
Veamos lo
que enseña el NT sobre hamartia.
(I)
Hamartia, "pecado", es
"universal" (Ro. 3:23; 7:14; Gá. 3:22; 1 Jn. 1:8). El pecado no es
como una de esas enfermedades que algunos hombres contraen y otros no. Es algo
en lo que todo ser humano está envuelto y de lo que todo ser humano es
culpable. El pecado no es una simple erupción esporádica, sino el estado, la
condición, universal del hombre.
(II)
Hamartia, "pecado", es
"un poder que somete al hombre".
Las palabras
que se usan para expresar esta idea son muy interesantes y significativas: el
hombre está huph' hamartian, i.e.,
"bajo pecado". Pero esta preposición,
hupo, en caso acusativo, como aquí, se utiliza para significar
"dependiente de", "en sujeción a", "bajo el control
de". Un menor de edad, por ejemplo, está "bajo su padre"; un
ejército está "bajo su comandante"; así, nosotros estamos "bajo
pecado", "en poder del pecado", "controlados por el
pecado" (Gá. 3:22; Ro. 3:9). Por tanto, hay ciertas palabras que se
asocian a la idea de pecado. Del pecado se dice que "reina (basileuein) sobre el hombre"
(Ro. 5:21).
Basileus es la
palabra griega que significa "rey". El pecado gobierna a los hombres,
"se enseñorea de nosotros" (kurieuein)
(Ro. 6:14).
Kurios es la palabra griega que significa "señor", y
connota absoluta "posesión" y "dominio".
Del pecado se dice
que "nos tiene cautivos" (aichmaiotizein)
(Ro. 7:23).
La palabra es la misma que se usa respecto de hacer a uno
prisionero de guerra.
Se dice que el pecado "mora en el hombre" (oikein, enoikein) (Ro. 7:17, 20).
El
hombre está tan cogido por el pecado, que éste no se nos presenta como un mero
poder externo que ejerza su soberanía sobre el individuo, sino como algo que se
ha introducido en las mismas fibras, en el centro y corazón del ser del hombre,
hasta ocuparlo, como un enemigo ocupa un país.
El resultado es que "somos
esclavos del pecado" (doulos,
douleuein) (Jn. 8:34; Ro. 6:17, 20; Ro. 6:6). Debe recordarse que el poder
del amo sobre el esclavo era absoluto.
No había parte de la vida, ni momento,
ni actividad, que fuera propiedad personal del esclavo.
Pertenecía a su amo en
la forma más absoluta. Así, el hombre está totalmente bajo el dominio del
pecado.
Pablo explica, como ningún otro, la relación que hay entre
"ley" y "pecado", entre
nomos y hamartia.
(I) La ley "enseña lo que es el pecado"
(Ro. 3:20); y hasta puede decirse que, en un sentido, es la misma ley quien lo
crea (Ro. 5:13). El pecado no es tal si no es definido. Es decir, que el hombre
no puede saber lo que es pecado mientras éste no haya sido definido; y el
hombre no puede ser culpable de pecado hasta que no exista una ley que lo
determine.
Pongamos un ejemplo.
La calle de una ciudad puede tener mucho tiempo
doble tránsito, por tanto, un conductor puede circular en ambas direcciones.
Pero, después, se promulga una ley que determina que la calle es de una sola
dirección.
Entonces, sería una infracción a la ley, conducir en dirección
contraria a la autorizada por la señal de tráfico.
La determinación de la ley
ha creado una nueva infracción de la ley. La ley tanto ha definido como ha
creado el pecado. Si no hubiera ley, no habría pecado.
(II) Pero "la ley crea el pecado", tal y
como Pablo lo ve, en otro sentido. Basta que una cosa haya sido prohibida, para
que, de algún modo, adquiera un nuevo y fatal poder fascinador que la hace
deseable, y la ley es quien, de hecho, produce el deseo de pecar (Ro. 7:8-11).
Hay cierto ingrediente en la naturaleza humana que da a lo prohibido un doble
atractivo.
C. H. Dood cita el clásico ejemplo sobre este asunto, tomado de
las Confesiones de Agustín
(2.4-6).
"Había un peral próximo a nuestra viña, cargado de peras. Una
noche tormentosa, un grupo de pésimos muchachos fuimos a robar y a llevarnos
grandes cantidades de peras -no para regalo nuestro, sino para arrojarlas a los
puercos- y si llegamos a catarlas fue sólo para darnos el gusto de hacer lo que
nos estaba prohibido.
Eran peras hermosas pero no las apeteció mi alma
miserable, pues yo tenía en casa abundancia de otras mejores. Las tomé sólo por
robar.
Mi único festín fue con la iniquidad con que me holgaba y fruía. ¿Qué
es, pues, lo que yo amé en aquel robo? ¿Era el placer de quebrantar la ley
siquiera por engaño, ya que por fuerza no podía, y siendo cautivo simulé una
raquítica libertad, haciendo impunemente, por una tenebrosa imitación burlesca
de vuestra omnipotencia, aquello que no me era permitido?" Y, después, el
doctor Dood comenta: "Es decir, que el deseo de robar surgió, simplemente,
de la prohibición de robar".
Es precisamente aquí donde emerge la
impotencia de la ley frente al pecado.
La ley tiene dos defectos: primero,
puede definir el pecado pero no curarlo.
Es como el médico que puede
diagnosticar una enfermedad, pero que carece de medios para curarla e incluso
para detenerla.
Segundo, es el raro y fatal hecho de que, simplemente por
prohibir algo, la ley hace atractivo eso mismo que prohibe. Hay una
inextricable conexión entre hamartia
y nomos, "pecado" y "ley".
Veamos las inevitables consecuencias del pecado.
(I) El pecado resulta en cierto
"endurecimiento" del corazón. La palabra usada para endurecimiento
es skierunein (He. 3:13).
El
adjetivo skieros puede aplicarse,
por ejemplo, a una piedra que es especialmente dura para ser labrada; como
metáfora, puede usarse respecto de un rey que es inhumano y duro en la forma de
tratar a sus súbditos. El pecado endurece el corazón.
En Fil. 1:9, Pablo ora
por que los filipenses abunden en lo que él llama aisthesis, "percepción
sensitiva", es decir, la cualidad del corazón y de la mente que es sensible
a lo que está mal. El que comete una mala acción por primera vez, la
experiencia de la vida demuestra que lo hace con una especie de estremecimiento
de repugnancia; si la repite, la cometerá más fácilmente; si insiste, cometer
esa acción será para él la cosa más normal del mundo.
Ha
desaparecido su sensibilidad para detectar el pecado; su corazón está
endurecido. Es rigurosamente cierto que lo más terrible del pecado es,
precisamente, su poder para engendrar pecado.
(II)
El pecado resulta en "muerte" (Ro.
5:12, 21; 6:16; 6:23; Stg. 1:15). Indudablemente, esto es así. Pablo creía que
la muerte entró en el mundo por el pecado de Adán. El pecado fue lo que arruinó
e hizo naufragar la vida que Dios había soñado para el hombre. Pero no es menos
cierto que la muerte también alcanza al alma.
La muerte física y espiritual es,
según Pablo, resultado del pecar. Una de las mejores formas de averiguar el
significado real de una palabra es examinar las otras que la acompañan.
(I)
Hamartia está relacionada con blasphemia (Mt. 12:31). El significado
básico de blasphemia es insulto.
El pecado es, pues, un "insulto" a Dios. Insulta a Dios porque se
burla de sus mandamientos, porque pone al Yo en el lugar que corresponde a Dios
y, sobre todo, porque agravia su amor.
(II)
Hamartia está relacionada con apate (He. 3:13). Apare es "engaño". El pecado
es siempre engañoso, pues promete hacer lo que no puede. El pecado es siempre
una mentira.
Cualquier hombre que peca, que hace o toma algo prohibido, actúa
así porque cree que será más feliz haciendo o tomando ese algo.
El pecado lo
engaña para que piense de ese modo. Pero la experiencia llana es que una acción
o posesión, producto del pecado, nunca trae felicidad a ningún hombre. Ya hace
tiempo que Epicuro, con su moral estrictamente utilitaria, dijo que el pecado
nunca puede traer felicidad, porque, entre otras cosas, deja al hombre con el
constante temor de ser descubierto.
(III)
Hamartia está relacionada con epithumia (Stg. 1:15). Epithumia es concupiscencia,
deseo. Epithumia fue definida por
Aristóteles como "lanzarse con empeño en pos del placer", y los
estoicos añadieron "más allá de los límites de la razón".
Clemente de
Alejandría dice que epithumia es
el espíritu que "clama y se afana por conseguir todo aquello que lo
gratifique".
Epithumia
siempre tiene la noción de desear lo que no debe ser deseado. Epithumein es, de hecho, el verbo que
se utiliza en la versión griega del AT para el décimo mandamiento: "No
codiciarás". Si el corazón de un hombre estuviera tan limpio, que no
deseara lo que es injusto, no pecaría jamás.
(IV)
Hamartia es igualada
a anomie (1 Jn. 3:4). Anomia
es "desobediencia a la ley". Anomie
es el espíritu que induce al hombre a hacer lo que le dé la real gana; que
mueve al hombre a desear poner sus caprichos por encima de sus deberes para con
su prójimo y de su obediencia a Dios.
La
anomie procede, básicamente, del deseo de instalar al Yo, y no a
Dios, en el centro de la vida.
(V)
Hamartia es
igualada a adikia (1 Jn.
5:17). Adikia es "injusticia",
"iniquidad", mal . Es lo que se opone a dikaiosune, que significa
"justicia". Ahora bien, dikaiosuna
puede definirse como "dar tanto a Dios como al hombre lo propio de cada
uno".
Adikia es, por tanto,
el espíritu que se niega a cumplir con su deber para con Dios y los hombres.
Pecado es lo que hace a un hombre adorar tanto a su Yo, que olvida o rechaza
servir a Dios y a su prójimo. Es lo que hace al hombre actuar como si fuera la
persona más importante de la creación.
(VI)
Hamartia está conectada con prosopolepsia (Stg. 2:9). Prosopolepsia es "acepción de
personas". Ahora bien, acepción de personas como resultado de aplicar las
normas del hombre, en vez de las de Dios, al mundo, a la vida y a las gentes en
general.
Pecado es aceptar y practicar las normas del mundo en vez de los
principios de Dios; juzgar las cosas como los hombres las ven, no como las ve
Dios.
Ahora es el
momento de prestar atención a la cura del pecado. Consideraremos ciertas
palabras que describen lo que Jesús hizo por nosotros con relación al pecado.
(I)
Jesús nos "salva" del pecado (sozein) (Mt. 1:21). Estamos en una
situación tal, que necesitamos ser rescatados, y ese rescate lo hizo efectivo
Jesús al precio de su vida.
(II)
Nuestros
pecados son "borrados" (exaleiphein)
(Hch. 3:19). La tinta antigua no tenía ácido y podía ser borrada pasando una
esponja húmeda por la superficie de vitela o de papiro cuando el escriba quería
usarlos otra vez. Por la obra de Jesús, el acta de nuestros pecados es borrada
totalmente.
(III)
A través de Jesús, somos "lavados del
pecado" (apolouein). En Hch.
22:16 se habla de lavar los pecados. Hay una "purificación de.. .
pecados" (katharismos) (He.
1:3; 2 P. 1:9; 1 Jn. 1:7). Es como si la vida fuera enturbiada, manchada,
ensuciada y cubierta de fango por el pecado. Pero Jesucristo tiene el poder de
limpiarla, como la lluvia lava y limpia el pavimento de una ciudad.
(IV)
Dios, por
su misericordia, "no nos inculpa de pecado" (logizesthai) (Ro. 4:8). Logizesthai es una palabra usada en
contabilidad. Significa "cargar en cuenta". La idea es que nuestros
pecados nos son como una cuenta sin saldar que tenemos con Dios y que, además,
no podríamos liquidar jamás. El balance de nuestra vida arroja un tremendo
saldo deudor en contra de nosotros. Pero Dios, por su misericordia, borra ese
saldo que nunca hubiéramos podido pagar.
(V)
Dios, por su misericordia, "cubre nuestros
pecados" (Ro. 4:7) (epikaluptein).
El verbo epikaluptein se usa para
expresar la idea de la nieve cubriendo una senda; también se usa respecto de
alguien que se cubre los ojos para no ver y respecto de correr un velo sobre
algo. Es como si Dios, por su misericordia, corriera un velo sobre el
lamentable archivo del pasado y nunca lo mirara otra vez.
(VI)
Por la obra de Jesús, somos 'libertados del
pecado" (eleutheroun) (Ro.
6:18, 22; 8:2). Somos "desatados del pecado" (luein) (Ap. 1:5). Eleutheroun significa "dar a
alguien la libertad". Luein
significa "soltar las ataduras de alguien". Ya hemos visto cómo el
hombre ha llegado a ser esclavo del pecado, a caer bajo el control del pecado.
Jesús es el supremo libertador y emancipador. El paga el rescate que nos libra
del pecado y, a la vez, nos da el poder para seguir siendo libres en el futuro.
(VII) La venida de
Jesús "canceló nuestro pecado"
(athetesis) (Hch. 9:26).
Athetesis es la palabra griega técnica y legal que significa "cancelar
un contrato o un convenio". Precisamente donde el estricto cumplimiento de
la letra de la ley no acarreaba sobre el hombre nada más que inminente
condenación, a través de Jesucristo, hay una cancelación de nuestra deuda.
(VIII) Por medio de
Jesús "somos perdonados" (aphiesthai).
Esta es la palabra que, con mucho, se usa respecto del perdón de pecados, y se
encuentra en cada estrato del NT. (Mt. 9:2; Mr. 2:10; Lc. 7:47; Hch. 2:38;
10:43; Col. 1:14; 1 Jn. 2:12).
La palabra
aphiesthai tiene una amplia gama de significados, todos los
cuales sugieren algo. Puede ser usada respecto de indultar a un hombre de la
sentencia que ya cumplía, por ejemplo del exilio. Puede utilizarse respecto de
la remisión de un cargo que ha sido hecho justamente.
Puede emplearse para
enterar a un hombre del veredicto que podría haber sido dictado en contra suya
o para librarlo de un compromiso sobre el que se podía haber insistido. Se usa
para eximir a un hombre de un deber que podía haber sido forzado a llevar a
cabo.
Toda la esencia de la palabra es la inmerecida liberación de un hombre de
algo que podría habérsele infligido o exigido con toda justicia. A través de
Jesucristo, el hombre es librado del castigo que Dios podía haberle infligido
con perfecto derecho.
Es la palabra que nos dice que Dios no nos trata con
justicia, sino con amor; no según nuestros merecimientos, sino de acuerdo con
su misericordia y su gracia en Jesucristo.
No hay libro
como el NT que tenga un sentido tan horroroso del pecado ni que tenga una
seguridad tan absoluta de cómo poner remedio al pecado.