G5196
HUBRIS,5196
HUBRIZEIN,5195 HUBRISTES5197
LAS PALABRAS
DEL ORGULLO IMPIO
de G5228; insolencia (como imponiéndose sobre), i.e. insulto, injuria:- afrenta, perjuicio.
Las palabras hubris, hubrizein, hubristes, no se
encuentran a menudo en el NT, pero son muy dignas de estudio, porque para los
griegos eran la expresión del supremo pecado, que producía destrucción y
absoluta ruina.
Son palabras difíciles de
traducir. Hubris es un nombre que
significa insolencia; hubristes,
otro nombre, significa uno que actúa
con extrema insolencia; hubrizein es el verbo que significa tratar con suma insolencia. Pero la
idea básica de las tres palabras es el
orgullo que se alza contra Dios y contra el hombre.
W. G. de Burgh escribe de hubris: "El significado de su
raíz ese violento sobrepasar los límites, la insolencia del triunfo, y el
orgullo de la vida que pisotea las leyes tradicionales de los dioses y de los
hombres. Hubris es el equivalente
griego más cercano a 'pecado'. Su aplicación más característica denotaba la
insaciable sed de poder que hace conducirse a un hombre o a una nación
precipitada y temerariamente, como poseídos por un demonio, sobre la senda de
una desenfrenada autoafirmación. Esta pasión cegadora, atropellando a un tiempo
la libertad personal y la ley pública, atrae a la víctima, frenética de
confianza en sí misma, hacia la destrucción. Esto provoca nemesis, el sentimiento de justa
indignación, en los dioses y en el prójimo".
Ernest Myers habla de "el
pecado de hubris, de insolencia,
como dispuesto a pisotear sañudamente ley y libertad para gratificar su anhelo
y orgullo egoístas".
El mal básico de hubris es que cuando entra en el
corazón de un hombre, ese hombre olvida que es una criatura y que Dios es el
Creador. Hubris es lo que hace al
hombre olvidar su humanidad y pretender igualarse a Dios.
Todo esto se acentuaba con la
extraña concepción griega de la
envidia de los dioses (phthonos theon). Los griegos tenían el raro concepto
de que los dioses envidiaban la felicidad, prosperidad y éxito del hombre.
Incluso una honrosa reputación de benevolencia y dignidad era una cosa que los
dioses codiciaban y envidiaban de los mortales, pues ¿no miraba Poseidón con
malos ojos a los feacios porque "dieron segura escolta a todos los
hombres" (Homero, odisea
8.566)?
Píndaro también creía que los
dioses eran envidiosos. Cuando canta su alabanza a Corinto, añade la oración al
soberano señor de Olimpia para no despertar su envidia (Píndaro, Olímpicas 13.24). En las Píticas, ora para que pueda continuar
yéndole bien a la familia de los Aleuadas: "De las cosas felices de
Grecia, han recibido no pequeña porción; yo oro para que no tropiecen con las
reservas de los dioses envidiosos" (Píndaro, Píticas 10.19). El tema se repite en
las Ístmicas: "Pondré una
guirnalda sobre mi cabeza y cantaré. Pero que la envidia de los dioses
inmortales no traiga confusión sobre mí" (Píndaro, Ístmicas 7.39). Los
griegos estaban obsesionados por la idea de la envidia de los dioses.
Puede decirse que toda la
historia griega primitiva está escrita alrededor del tema de la envidia de los
dioses. Heródoto nos habla de Jerjes, cuando éste planeaba invadir Grecia, y de
Artabanus, que procuraba disuadirlo, pues un proyecto tan ambicioso como ése
estaba llamado a despertar la envidia de los dioses: "Mira cómo Dios hiere
con sus rayos a los animales más grandes, sin permitirles exaltarse, mientras
los más pequeños en ninguna forma provocan su cólera; mira cómo dispara sus
flechas contra los más altos edificios y árboles, pues Dios acostumbra raer
cualquier cosa que sobrepase cierto límite de grandeza. Así, un poderoso
ejército puede ser destruido por otro pequeño, cuando Dios, sintiéndose
envidioso, lo aflige con pánico o con centellas para que perezca de manera
indigna, pues Dios no permitirá a nadie, que no sea él, tener pensamientos
ambiciosos" (Heródoto, 7.10). En términos semejantes, Amasis escribe su
carta de advertencia a Polícrates: "Tus muchos éxitos no me complacen,
sabiendo, como sé, que la divina naturaleza es celosa. Preferiría que yo y
aquellos a quienes aprecio triunfáramos en unas empresas y fracasáramos en
otras, experimentando alternativamente, a través de la vida, la buena y la mala
fortuna, más bien que triunfar invariablemente, pues todavía no he oído de
nadie que triunfara en todo y que, al final, no pereciera miserablemente"
(Heródoto, 3.40).
En el reverso de la vida, para el
griego, estaba el terror al triunfo, ya que el triunfo despertaba la envidia de
los dioses.
Tener demasiado éxito, tener
demasiada buena suerte, triunfar más de la cuenta, era hacer la corte al
desastre, pues se incurría en la inevitable animadversión de las divinidades.
"Procura no hacerte Zeus. Lo mortal es lo apropiado para los
mortales" (Píndaro, Istmicas
5.14). "Si un hombre posee riquezas y supera a los otros en hermosura, y
si además ha ganado distinción en los juegos, procure no olvidar que sus
vestiduras están sobre miembros mortales y que la tierra será su último
ropaje" (Píndaro, Nemeas
11.13).
Incluso el periplo de un hombre
debía ser circunscripto. Al final del mar Mediterráneo, estaban las columnas de
Hércules. Lo mejor era no aventurarse a ir más allá. "Por su valerosa
hazaña, los hombres han tocado las columnas de Hércules, en los confines del
mundo. Después de eso, les sugiero que no procuren conseguir una mayor
excelencia" (Píndaro, Ístmicas
4.11).
El mismo estribillo se repite a
lo largo de la obra de Esquilo. Cuando, en medio de un mar en calma, la
travesía de un hombre está resultando demasiado feliz, repentinamente, la nave
da contra un arrecife oculto y naufraga (Esquilo, Agamenón 993). Jerjes es
derrotado a pesar de todo su poder, y la derrota se debe a "la envidia de
los dioses" (Esquilo, Persae
365).
Desde el principio hasta el fin,
la literatura clásica está penetrada del temor a la envidia de los dioses y de
la concepción de que el supremo pecado es olvidar que sólo es hombre.
Ahora bien, suponiendo que todo
este asunto fuera cierto (y para un griego era la cosa más verdadera del
mundo), entonces, si el éxito es peligroso, el orgullo que viene del éxito es
fatal. Y hubris significa ese
orgullo insolente que olvida a los dioses. "Ciertamente, dijo Esquilo, la
insolencia, hubris, es hija del
ateísmo" (Esquilo, Eumenides
533). "En verdad, dice Esquilo, Zeus es castigador del orgullo
presuntuoso, y corrige con mano dura. Por tanto, ahora que mi hijo ha sido
advertido por la voz de Dios para que siga la prudencia, os ruego que lo
instruyáis, con admoniciones razonables, para que deje de atraer sobre sí el
castigo de los cielos por su jactanciosa temeridad" (Esquilo, Persae 827-831). Darío comentó de su
hijo Jerjes y de la desastrosa expedición de éste contra Grecia: "Siendo
mortal, en su desatino pensó que llegaría a ser señor hasta de los mismos
dioses" (Ibid. 794).
Lo inquietante de este orgullo es
que se desarrolla más y más a medida que un hombre avanza en años: "Un
viejo hubris siempre engendra
otro hubris que añadir a las
calamidades humanas" (Esquilo, Agamenón
760); y esta es la razón por la que "de la buena fortuna brota una
insaciable calamidad para la posteridad".
Sófocles dice: "Hubris engendra un tirano"
(Sófocles, Edipo Tirano 873). Es el orgullo presuntuoso que, por una parte,
produce un tirano, y, por otra, hace que dioses y hombres odien a ese tirano.
Eurípides dice: "Si tienes más de bueno que de malo, cuando seas hombre
obrarás rectamente y bien. Pero, querido niño, abstente de malos pensamientos;
apártate del hubris, ese orgullo
presuntuoso; pues desear ser más grande que Dios no es otra cosa que hubris" (Eurípides, Hipólito 472-474). Esforzarse en
seguir el propio camino por resistir a la voluntad de los dioses, pensar que se
es más sabio que los dioses, es hubris,
el insolente, petulante y presuntuoso orgullo.
Este innato terror al hubris abrasaba la conciencia del
griego. Para un hombre es hubris:
emborracharse de éxito, concebir la idea de que él puede dirigir la vida,
pensar que puede competir con la vida y forjar un triunfo completo, olvidarse
de Dios. Para una nación es hubris:
procurar conseguir el poder y el dominio del mundo, y proyectar vastas
conquistas sin contar en absoluto con los dioses. Para un filósofo es hubris: aferrarse a unas pocas leyes
naturales y, después, pensar que él puede explicar el universo y eliminar a
Dios. Hay hubris cada vez que un
hombre, engreído, olvida que sólo es hombre y que Dios tiene la última palabra;
y, para el griego, hubris era
doblemente desastroso a causa de la envidia de los dioses.
Hasta aquí hemos estado
considerando hubris en lo que
podríamos llamar su sentido teológico dentro del pensamiento griego. Pero tiene
también, como las otras dos palabras, un sentido ético. Dicho de otra forma: si un
hombre tiene hubris en su corazón
lo manifestará en una determinada actitud hacia sus semejantes. Así como hay
cierto orgullo presuntuoso en la actitud de un hombre hacia Dios, así puede
haber cierta arrogancia insolente en su conducta para con sus semejantes.
Los escritores éticos griegos
consideraban hubris como el más
grande de los pecados contra el prójimo, y basaban su juicio en lo siguiente:
(I)
Hubris es el resultado de permitir a las pasiones que
gobiernen. Platón dice: "Cuando la opinión conquista, y por la ayuda de la
razón, nos conduce a lo mejor, el principio conquistador es llamado
templanza (sophrosune); pero
cuando el deseo, que carece de razón, nos gobierna, y nos arrastra al placer,
ese poder de desgobierno es llamado hubris"
(Platón, Protágoras 238a). El
hombre que es dirigido por hubris,
es dirigido por la pasión y la sinrazón. Aristóteles distingue entre el hombre
atemperado (sophron), que se rige
por la ley y la razón, y el hombre que ultraja
(hubrizein), que obedece los dictados de la pasión.
(II)
Para los griegos lo realmente terrible de hubris consistía en que, por una
parte, producía un tipo de insolencia mezclada con desprecio, y, por otra, un
puro deseo de herir a !os demás. Se comete
hubris cuando se desprecia a los otros (Aristóteles, Etíca a Nicómaco 1149b 22). Hablar con
deliberada intención de insultar y vejar es
hubris (Ibid. 1125a 9). Hubris
es esa forma de menospreciar que engendra odio y rencor (Ibid. 1149a 32). Hubris es, fundamentalmente, algo
perverso y mórbido (Ibid. 1 148b
30). Hubris siente placer cuando
ultraja. Es, simplemente, la extrema insolencia en función del placer que proporciona
el ver sufrir a alguien (Ibid.
1149b 22).
Los griegos distinguían
claramente los matices de cada pasión. La
ira no es premeditada; un hombre se enciende en ira porque no
puede evitarlo. La venganza se
toma con la clara intención de restituirse algo; la venganza es por amor del
desquite. Pero hubris, extrema
insolencia, es el espíritu que hiere a sangre fría y después retrocede para ver
a su víctima convulsionarse. Es herir por amor a herir, y siempre implica la
humillación deliberada de la persona que injuria.
Aristóteles lo describe
perfectamente bien (Retórica 2.2.3).
"La insolencia (hubris) es
otra forma de desprecio en cuanto injuria y ultraja; pues el ultraje es hacer y
decir algo que redunda en vergüenza del que lo sufre, no porque el ultrajante
vaya a obtener algún beneficio
de ello, sino simplemente por
darse ese gusto; porque los que con esto corresponden a otra cosa, no
ultrajan (hubris), sino que se
vengan. Y la causa del placer en los que ultrajan está en que piensan que,
haciendo daño a otros, ellos sobresalen más."
Puede verse fácilmente que para
el griego hubris era el más cruel
de los pecados. Viene por permitir que las pasiones derroquen a la razón, como
Platón vio. Aristóteles descubrió en hubris
un componente peor. Para él hubris
procede del puro desdeñar. El hombre insolente trata a sus semejantes como si
fueran moscas fáciles de aplastar. Hubris
proviene del puro deleite de infligir un daño inútil e innecesario; del goce de
ver cómo la gente retrocede, herida en sus sentimientos. Hubris implica la crueldad en sumo
grado.
Los tres vocablos que estamos
estudiando adquirieron un determinado uso, casi
standard, en el griego coloquial contemporáneo del NT. Veámoslo.
En los papiros, estas palabras
son insistentemente usadas en conexión con la conducta ultrajante, insultante y
humillante. Un hombre se queja de que fue
groseramente insultado (hubrizein) por cierto Apolodoro. Hay una
mujer que denuncia a su esposo porque continuamente la maltrata e insulta, habiendo llegado con ella
incluso a la violencia física. Otro hombre se queja de haber sido despojado de
sus ropas, amarrado y maltratado.
Un ciudadano apela al emperador, que, por escrito, le contesta así: "Tu
ciudadanía no será en modo alguno ultrajada ni tú sometido a castigo corporal (hubrizein).
Como vemos, las palabras expresan
consistentemente un trato insultante e injuriante, y, especialmente, un trato
que humilla públicamente, para mayor vergüenza del que lo sufre. La
Septuaginta, en 2 S. 2:10, nos ilustra muy bien este caso. El capítulo dice
cómo Hanún, rey de Anrión, recortó los vestidos de los embajadores de David,
les rapó la mitad de las barbas, y los despidió. Ese trato fue hubris. Fue insulto, ultraje y
humillación pública, todo combinado.
Ahora volvamos
al uso que el NT hace de estas palabras.
(I)
En una ocasión se emplea simplemente respecto del
desastre que siguió a un viaje por mar, que se hizo contra el consejo de Pablo
(Hch. 27:10, 21). En otra ocasión, uno de los escribas se queja de que Jesucristo
los afrentaba (hubrizein) cuando
los denunciaba (Lc. 11:45).
(II)
La palabra
hubristes, que significa: hombre de arrogante insolencia, se usa
para describir uno de los pecados característicos del mundo pagano (Ro. 1:30).
Es decir, el orgullo del ateísmo.
(III)
Una vez usa Pablo
hubristes para describir su propia conducta para con la iglesia
cuando la perseguía (1 Ti. 1:13). En aquellos días, Pablo, viendo a la iglesia
herida y humillada, se deleitaba salvajemente. Nada mejor que esta palabra para
expresar cuán inhumano perseguidor había sido Saulo.
(IV)
Hubrizein se usa dos veces respecto del
trato que Pablo recibió de manos de sus perseguidores durante sus viajes
misioneros. Se utiliza con referencia a lo que le sucedió en Iconio (Hch. 14:5)
y en Filipos (1 Ts. 2:2). En 2 Co. 12:10, Pablo incluye las diversas formas de
sufrimiento que hubris le causó.
El cristiano no sólo tenía que sufrir la crueldad, sino también la humillación
pública.
(V)
Pero el uso más sugestivo de todos, el que
condensa todo el significado de las palabras, está en Mt. 22:6, donde hubrizein se utiliza respecto de la
conducta de los hombres que afrentaron y mataron a los mensajeros que el rey,
con motivo de las bodas de su hijo, les envió para notificarles que estaban
convidados. En este pasaje tenemos la mismísima esencia del pecado. Dios envía
su invitación al mundo, y los hombres la rechazan; eso es hubris. Eso es el hombre alzándose en
contra de Dios, desafiando orgullosamente a Dios, olvidando que es criatura y
que Dios es Creador, volviendo despectivamente la espalda a Dios. Todo esto
equivale a decir que el hombre está hiriendo deliberadamente a Dios, pues el
pecado quebranta continuamente el corazón de Dios mucho más de lo que pueda
quebrantar su ley. Todo esto es el hombre humillando públicamente a Dios, pues
la cosa más humillante del mundo es ofrecer amor y que ese amor sea tratado a
patadas y rechazado.
Hubris es crueldad y
orgullo mezclados. Hubris es el
orgullo que hace a un hombre olvidar a Dios, y la arrogante soberbia que le
induce a pisotear los sentimientos de sus semejantes.