Mundo Hispano 2019-08-22
Éxo 1:1-22
a. El
crecimiento y la oposición, 1:1-7. Los hijos de Israel, o Jacob, son presentados
en 1:1-3. Lo llamativo es el empleo de los dos nombres “Israel” y “Jacob” en el
v. 1, pues es la misma persona. ¿Por qué era necesario nombrarle dos veces?
Parece que el autor tenía un propósito especial: El nombre de Jacob, “el
suplantador”, fue cambiado una noche allí en el lugar llamado Peniel, a Israel,
“príncipe de Dios” (ver Gen_32:22-32).
Aunque los dos nombres indican la
misma persona, hubo un cambio radical en su vida. Frecuentemente se usa el
nombre Jacob en el AT para indicar el hombre carnal, o el engañador; el nombre
Israel representa a Jacob como el hombre cambiado o “convertido”. En su lucha
con Dios fue transformado. (Dios quiere hacer un Israel de cada Jacob en el
mundo.)
El pueblo había continuado en el
camino de Jacob y no había logrado el propósito divino involucrado en el pacto
que Dios hizo con Abram, Isaac y Jacob (ver Gen_12:1-3;
Gen_17:1-8; Gen_26:4;
Gen_28:14). Cuando Dios llamó a Abram,
le prometió una tierra, bendiciones materiales y una descendencia (ver Gen_12:1-2).
Los autores bíblicos entendieron
que la tierra prometida estaba estratégicamente ubicada en medio del mundo
conocido y que esto coincidía con el propósito divino de llamar a Abram y
prometerle: y en ti serán benditas todas las familias de la tierra (Gen_12:3b). Isaías dijo: En aquel día Israel
será tercero con Egipto y con Asiria, una bendición en medio de la tierra.
Porque Jehová de los Ejércitos
los bendecirá diciendo: “¡Benditos sean Egipto mi pueblo, Asiria obra de mis
manos e Israel mi heredad!“ (Isa_19:24-25).
Además de mantener el carácter de un Jacob, había otro problema del pueblo en
Egipto: No estaban en el lugar indicado por Dios para su misión. Habían
encontrado en Gosén (Gen_47:1)
una tierra fértil, y pensaban que la fidelidad de Dios le obligaba a cumplir
con su promesa de bendecirlos materialmente.
En cuanto a la promesa de
descendientes (ver Gen_12:2), ellos se
habían engrandecido numéricamente. Sin embargo, el pueblo no estaba dentro de
la voluntad de Dios. Israel había estado de acuerdo con las promesas, pero
había olvidado que eran los medios para lograr el propósito de Dios. El Señor
quería la redención mundial, no simplemente la salvación de un pueblo solo. La
elección (llamamiento) divina era para servir, y todavía el pueblo no había
iniciado la tarea.
Se nombran los hijos en tres
grupos: cuatro, tres (José ya estaba en Egipto), y cuatro. En total son doce,
el número ideal, y una forma común de indicar la genealogía (comp. las doce
tribus de Ismael, Gen_25:13-16; las
doce tribus de Nacor, Gen_22:23-24).
Al nombrarlos, el autor indica
que se trata de personas históricas y no de una mitología. Además, no se sigue
la lista por orden cronológico de nacimiento, sino por el de las madres: Lea,
Raquel, Bilha, y Zilpa (ver Gén 29:32-30:24; 35:23-26).
En total el texto hebraico indica
que 70 descendientes directos entraron con Jacob (ver Gen_46:8-27 donde se encuentran los nombres de
ellos). La LXX (la versión griega del AT) y Act_7:14
incluyen a los descendientes de José, y dan la cifra de 75 personas en su
enumeración. Se nota la ausencia de los nombres de las esposas de Jacob, las
mujeres de los hijos de Jacob (ver Gen_46:26)
y la descendencia femenina. El texto trata más bien con las personas que se
desarrollarían en la estructura tribal más tarde. Se destaca la fecundidad del
pueblo que, a pesar del número limitado al entrar en Egipto, providencialmente
se había multiplicado de acuerdo con la palabra de Dios (ver Gen_12:2; Gen_15:4;
Gen_26:4; Gen_28:14;
Job_105:23-24).
Además, llegaron a ser muy
poderosos. Y la tierra estaba llena de ellos (v.7b): Tenían una influencia
creciente en la vida civil y económica, la cual se extendía más allá de los
límites de la zona de Gosén, pues tenían contacto con los egipcios en las
ciudades de ellos. Aunque se entienda la expresión en una forma más bien
relativa, es evidente en el libro que había un contacto amplio entre los dos
pueblos. Por ejemplo, algunos israelitas aprendieron artes y oficios (Job_31:1-11) de los egipcios, recibieron regalos
y riquezas de manos de los naturales al salir del pueblo (Job_12:33-36), había casamientos entre ellos (Lev_24:10), los padres de Moisés vivían cerca
del palacio (Lev_2:1-5) y evidentemente
había algunas casas israelitas al lado de gente egipcia (Lev_12:13). Es evidente que no todos los
israelitas vivían en Gosén aislados de los egipcios.
Verdades
prácticas
1. (V. 1) : Estos son
los nombres; esta declaración es una evidencia más de que el Señor nos
conoce a todos personalmente, y así nos trata. Es un Dios personal porque es
persona y porque trata a los hombres personal e individualmente. Aunque esté
trabajando para la formación de una nación, los individuos no son tratados como
una masa anónima. Podemos tener una relación personal y directa con él.
2. (V. 6) : Cada
generación muere; cada generación debe comunicar su fe a sus hijos, la
siguiente generación. La fe cristiana no duraría más de una generación si los
cristianos no cumplieran con su labor de evangelización.
3. (V. 7) : La mayor
riqueza de una nación está en su propia gente. ¡Cuánto bien se hace la nación
que se esfuerza porque sus hijos se desarrollen integralmente: física,
intelectual y espiritualmente!
4. (V. 7) : Buenos hogares
producen generalmente buenos ciudadanos de la patria y del mundo. Así se
enriquece la nación con su gente. Los buenos hogares, trabajando en equipo con
buenas escuelas y buenos maestros, elevan la calidad de la ciudadanía.
El pueblo de
Dios vive mejor Algunos estudios sociológicos
que se han hecho en América Latina revelan que los hogares evangélicos viven en
mejores condiciones materiales que los hogares no evangélicos con ingresos
monetarios semejantes. ¡El Señor cuida de los suyos y les da sabiduría para
administrar los bienes materiales!
b. La
servidumbre dura,Lev_1:8-14. Una dinastía
nueva tomó el poder en Egipto, y los hebreos perdieron su posición de
privilegio. Los hiksos, invasores semíticos, fueron expulsados cerca de
1570 a. de J.C., y finalmente un nuevo rey que no conocía a José llegó al trono
(v. 8). Posiblemente haya sido el faraón Seti I (1309-1290 a. de J.C.)
el que inició una política de opresión que fue seguida por Ramsés II (1290-1224
a. de J.C.; ver en la Introducción la sección sobre la fecha del éxodo).
No es que al faraón le faltara
conocimiento histórico de su pueblo, sino que no reconoció ninguna deuda u
obligación con la familia de José. Pero reconoció el poder numérico y económico
de una gente extranjera en el país. También reconoció que su ubicación en
Gosén, la zona norte cerca de la ruta usada tradicionalmente por los invasores
de Asia Menor, podía comprometer la seguridad del país en caso de un ataque.
Adicionalmente, la prosperidad del pueblo produjo envidia de parte de la
población nacional, y la fe israelita no permitía que se identificara con la
cultura egipcia. Además, el faraón no quiso perder una fuente valiosa de
obreros. Consecuentemente, concibió con astucia un plan que los debilitaría y a
la vez engrandecería el reino egipcio. Con trabajo forzado, tratándolos como
esclavos, les hizo edificar las ciudades almacenes de Pitón y Ramesés
(v. 11; las ciudades fueron construídas por Ramsés II). Entonces los
egipcios los hicieron trabajar con dureza (v. 13); sin embargo, cuanto
más los oprimían, tanto más se multiplicaban (v. 12).
Verdadero
poder Una nación es verdaderamente
poderosa cuando sus ciudadanos viven de acuerdo con principios morales y
espirituales elevados. Roma llegó a ser el imperio más poderoso que el mundo
había visto, pero su decadencia empezó en su moral. Al perder su fibra moral,
perdió también su poder material.
En nuestro tiempo es igual.
Algunos estudios dados a la luz en 1990 revelan que los embarazos entre
adolescentes solteras aumenta en proporción directa al número de horas que
éstas ven la televisión diariamente. Cuando la mente juvenil se llena de
basura, no puede esperarse que los resultados en conducta sean buenos.
La medida de usar esclavos en las
construcciones egipcias no era una política nueva. En Egipto el faraón era el
dueño de casi toda la tierra (comp. Gen_47:20-21),
su gobierno era autocráctico, su palabra era la ley absoluta y el pueblo entero
era virtualmente esclavizado. Se ha estimado que el tributo laboral usado en la
edificación de la gran pirámide de Giza ocupó el trabajo forzado de 100.000
esclavos por un período de 20 años. La explotación de los oprimidos siempre fue
una política de los faraones, y aun Salomón cayó en la tentación de usar el
tributo laboral como una fuente de labor: la leva israelita para su grandes
obras alcanzó la cifra de 30.000 hombres (1Ki_5:13-14).
Desgraciadamente, no ha terminado el abuso de las masas como instrumentos de
producción para el beneficio de los pocos. El problema todavía está en vigor en
muchos lugares del mundo.
Las ciudades almacenes (v.
11) estaban ubicadas en el norte del país junto a la frontera, y eran
centros comerciales y lugares de aprovisionamiento militar para las tropas que
servían en las campañas militares de Ramsés II.
La ciudad Ramesés era sin duda la
capital del delta y fue edificada sobre las ruinas de la antigua capital de los
hiksos, Avaris, que había sido destruida y abandonada en la batalla para
expulsar a los odiados gobernantes semitas. En las excavaciones de ella, tell
de San alhagar, se han hallado ruinas colosales de templos y edificios
construidos por Ramsés II.
Se dan los nombres de las
ciudades almacenes, pero no se nombra al faraón. ¿Por qué? Puede ser que el
nombre del rey era demasiado largo para incluirlo fácilmente en el escrito.
Todos los reyes egipcios tenían por lo menos cinco nombres unidos de una manera
bastante complicada. Entonces era más fácil usar un título. Por eso, se le dio
al monarca, durante la última parte de la dinastía décimoctava, el título de
faraón, lo que significaba literalmente “La Casa Grande”. Al principio, el
título indicaba específicamente el palacio donde vivía el rey; sin embargo, con
el tiempo llegó a ser más fácil usar el título, “La Casa Grande (el faraón)
dice”, en vez de utilizar todos los nombres de él (comp. el uso popular de la
expresión “la Biblia dice”). Por el uso, al rey se le llamó “el faraón”, lo
cual llegó a ser un título personal. Por consiguiente, el texto bíblico refleja
con fidelidad la cultura y práctica de la época al no llamar al rey por sus
nombres.
Verdades
prácticas 1. (V. 8) : Las
circunstancias cambiantes del mundo ponen a los hombres en pedestales, o los
derrumban. Cuando murió el faraón que conocía a José, se acabó el favor para el
pueblo. Dios puede usar a los hombres para llevar adelante sus planes, pero
nuestra confianza ha de estar puesta en el Señor, no en los hombres.
2. (V. 9) : Entre los
pueblos, como entre las personas, hay desconfianza. La potencia de uno
despierta inseguridad y celos en el otro. Solamente el Señor puede romper las
barreras que nos separan de los que debían ser nuestros hermanos.
3. ¿Por qué hay tanto sufrimiento
en el mundo? La pregunta se hace como un reproche velado a Dios: él podría
terminar con el sufrimiento. Pero la verdad es que, generalmente, es el mismo
hombre el que produce sufrimiento a la humanidad. Para acabar de inmediato con
el sufrimiento el hombre tendría que ser eliminado de la faz de la tierra. Dios
no solamente no ha hecho esto, sino que envió a su hijo unigénito para sufrir
la muerte por nosotros.
4. El hombre protesta por la
explotación de que es objeto, pero, ¿remedia la explotación de la que puede
hacer objeto a su esposa y a sus hijos, cuando los engaña adúlteramente, cuando
gasta el jornal en vicios y placeres, y cuando los priva de sus derechos y de
su protección? Indudablemente, las condiciones sociales deben cambiar, pero el
corazón del hombre debe cambiar primero, para que verdaderamente se acabe la
explotación en todos los niveles.
Los vv. 13 y 14 son un
resumen de los trabajos arduos: Extraían el lodo negro del Nilo y
confeccionaban ladrillos, o adobes, aparte de todo trabajo en el campo; y
en todos los tipos de trabajo les trataban con dureza (v. 14). Sin
embargo, Israel seguía multiplicándose de manera que los egipcios se
alarmaron a causa de los hijos de Israel (v. 12). Había razones
suficientes para no seguir creciendo numéricamente; sin embargo, seguían la
marcha física, pero espiritualmente no lograban la meta impuesta por Dios.
c. La muerte
decretada para los varones,1Ki_1:15-22. Enseguida
hubo dos esfuerzos más del faraón para limitar el crecimiento de Israel: se
intentó controlarlo por traición interna por medio de las parteras, y,
finalmente, por decreto imperial, se buscó aniquilar a los niños varones
echándolos al río Nilo. Al hacerlo, no se dio cuenta de que sellaba la misma
pena sobre los primogénitos de su propio pueblo. Al no dejar salir libre al
pueblo, el faraón se puso en conflicto directo con el Señor, que había tomado a
Israel como primogénito suyo.
Irónicamente, no aparece el
nombre del faraón de Egipto en el texto; sin embargo, aparecen los nombres de
las parteras. A los ojos de Dios, ¿quiénes son las personas más importantes en
esta historia? ¡Dios toma a los débiles para confundir a los poderosos del
mundo!
Sifra (v. 15b; significa
“belleza”, o “hermosa”) y Fúa (v. 15c; significa “hacer brillar”, o
“esplendor”) son las únicas parteras nombradas. ¿Eran las únicas para toda la
gente? De ser así, no sería tan numeroso el pueblo como sugiere el texto. ¿Eran
ellas las encargadas, o principales, de todas las parteras? ¡Eran las
representantes del “sindicato” ante el faraón? El texto no indica cuál es la
interpretación correcta; sin embargo, parece que la segunda es la preferida.
¿Eran las parteras hebreas o
egipcias? La frase parteras de las hebreas (v. 15) no es
explícita; pero el texto se inclina al lado de una pertenencia israelita, y así
lo interpretan los rabinos: Las hebreas no hubieran admitido ninguna obstetra extranjera.
No obstante, por otra parte, si no hubieran sido egipcias, ¿cómo podía haber
tenido el faraón confianza en ellas?
Lo cierto es que las parteras
temían a Dios, y si fueron egipcias, el Dios de Israel había llegado a ser su
Dios. Temían más al Señor que al faraón, y el Señor honró su fidelidad. Así se
salvó a los niños de la muerte, y la mano divina protegió y bendijo a las
parteras (1Ki_1:20-21).
En cuanto a la silla de parto
(v. 16), se refiere a la manera egipcia de dar a luz. Literalmente el texto
dice sobre las piedras, y está de acuerdo con la época. El pertinente
ideograma en los jeroglíficos es de dos piedras grandes, y se explica el uso de
las “piedras” y su significado en “dar luz”. Era una especie de “silla” que
facilitaba el alumbramiento. Todavía se emplea el sistema en algunos lugares
del mundo, especialmente en el oriente. Es otra de las muchas palabras, tales
como Fúa, que son de origen egipcio y llegaron a ser términos “prestados” a
Israel como herencia de su larga estadía en Egipto.
Hay una observación más acerca
del trabajo de las parteras. El trabajo pesado había robustecido a las mujeres
hebreas y eran más vigorosas (v. 19) que las egipcias. Parece que
no llamaban a las parteras para asistir en todos los partos. Por lo menos, el
faraón no tuvo duda acerca del vigor de las hebreas; se usaba la palabra
“vigorosa” también para las fieras. Las parteras la usaron como un término
despectivo para las mujeres hebreas; las presentaron como personas de poco
valor, como las fieras, y ¿quién podía controlar la fecundidad de éstas? Por lo
tanto, el faraón aceptó los informes de las parteras.
La palabra “hebrea” es más
antigua, y tiene un uso más extensivo que el vocablo “Israel” (ver Gen_14:13). Más precisamente, se emplea la
palabra Israel después de la constitución de la nación (Exo. 19), y se refiere
al “hebreo” generalmente durante el período antes de la conquista. El término
“judío” se usa después del cautiverio babilónico. En el texto hebraico se
emplea la palabra “partera” siete veces.
Antiguamente el relato fue
transmitido oralmente, y el Señor aseguró su preservación fiel por medio de las
estructuras literarias. Estas ayudaban a la memoria en el proceso de
recitación. Así se evitaba agregar al contenido, o eliminar algo por descuido.
Una vez pasado el relato del trabajo pesado (siete referencias) y el de la obra
de las parteras (siete referencias), se entra en el paso siguiente de la
narración. El Señor preparó al pueblo y lo guió en el arte de relatar
vívidamente su palabra revelada. Muchísimo antes de la página impresa, el Señor
dio al pueblo un estilo literario que lo ayudó a preservar la verdad divina.
Con su siguiente intento, el
infanticidio (Gen_1:22), el faraón
llegó a la cumbre de la crueldad contra los hebreos. Para él, el echar a los
niños al Nilo era dejar que un “dios” egipcio los matase. Por cierto, se
guardaba a las niñas para mantener una fuente de mano de obra barata
disponible. Aun así, parece que el decreto no gozó del pleno apoyo de toda la
población egipcia. Según los informes posteriores de las cifras de los que
salieron de Egipto, el ritmo de crecimiento de los israelitas siguió. A pesar
de esto, al dar el faraón el mandato cruel de aniquilar a los niños en el Nilo,
Dios dispuso que sería del mismo palacio faraónico de donde vendría el
instrumento de la liberación. ¿Quién era soberano? ¿Jehová o el faraón? ¡No únicamente la salvación,
sino también la historia estaba en manos del Señor!
Verdades
prácticas
1. El respeto por la vida humana
es una característica que distingue a todo buen gobierno. Se manifiesta en el
esfuerzo por el bienestar del ser humano en todos los aspectos de la vida.
Preservar la vida no es solamente conservar su existencia, sino enriquecerla en
la sociedad y establecer las condiciones para que cada individuo pueda vivir
dignamente con el fruto de su trabajo.
2. El reconocimiento del valor de
la vida humana se manifiesta, tanto en los gobiernos como en los hogares y en
los individuos, en la manera en que el dinero se gasta.
3. Un gobierno que no respeta la
vida humana es un gobierno corrupto que, en su afán por llevar adelante sus
planes, tiende a extender la corrupción entre los ciudadanos. La orden de
faraón a las parteras, de matar a todos los recién nacidos varones, es un
ejemplo de esto. Debemos obedecer a los gobernantes, pero cuando sus acciones
están en oposición a la voluntad expresa de Dios y las consecuencias van en
contra de la vida humana, nuestra alternativa es clara: Debemos obedecer a Dios
antes que a los hombres, aunque en ello nuestra propia vida corra riesgos.
4. El temor a Dios, como el que
tenían las parteras, es el paliativo para los males de la sociedad. ¡No cabe
duda de la necesidad de que el evangelio sea predicado!
5. En nuestros tiempos se está
extendiendo una forma de homicidio parecida a la planeada por el faraón: el
aborto. La diferencia está en la edad de la víctima. El que los gobiernos
legalicen el aborto no lo hace menos homicidio. Dios lo condena. ¡El juicio de
Dios es inminente!