Mundo Hispano 2019-09-02
Éxo 10:1-29
(h) La
langosta, 10:1-20. La estructura narrativa básica continua con
unas leves variantes: (1) Se explican otra vez las razones teológicas de las
señales (vv. 1, 2), (2) se pide permiso de salir con la amenaza de una
plaga de langosta (vv. 3-6), (3) como elemento nuevo, los cortesanos aconsejan
al faraón que permita salir a Israel (v. 7), (4) se realiza la plaga
(vv. 12-15), (5) el faraón pide a Moisés y a Aarón que rueguen a Jehová por él (vv. 16-18), y (6) con el alivio, el
faraón no deja salir al pueblo (vv. 19-20).
De acuerdo con 9:32, parece que
la plaga vino unas cuatro a ocho semanas después de la del granizo. Esta plaga
tuvo dos propósitos: el primero fue para manifestar las señales a
los egipcios (v. 1). De acuerdo con la enseñanza bíblica, una señal
tiene un significado más allá de sí misma. Jehová no únicamente demostraba su poder por las
señales, sino que proclamaba su soberanía universal por medio de ellas. El
segundo propósito fue que Israel conociera por experiencia la soberanía de
Jehová , y testificara de ella a las generaciones futuras (v. 2).
Algunos han interpretado que la
frase las cosas que yo hice en Egipto (v. 2) es una expresión
irónica que significa: “cómo me he comportado con los egipcios, o cómo me he
divertido...” (ver Bartina, LSE, p.378). La Biblia de Jerusalén traduce: para
que puedas contar a tu hijo,... cómo jugué yo con Egipto.... No es
que Jehová se burlara de los egipcios.
Era un conflicto en serio; sin embargo, los esfuerzos de los egipcios a favor
de sus dioses eran inútiles. La expresión es algo similar a la encontrada en
los Salmos: El que habita en los cielos se reirá; el Señor se burlará
de ellos (Job_2:4).
Audazmente, Moisés entrega al
faraón la palabra de Dios: ¿Hasta cuándo rehusarás humillarte ante mí? (v.
3). Dios había mandado siete plagas, y para el hebreo el número siete
representaba el número perfecto. Siete señales debieran haber sido suficientes;
sin embargo, el faraón seguía su camino obstinado y traía sobre su pueblo más y
más dificultades. El problema del egipcio era su orgullo y, como todos los
tiranos de la historia, tendría que aprender la lección de su humanidad. ¡Era
hombre y no dios!
La amenaza de una invasión de
langostas era terrible para los egipcios. Joel 1-2 ofrece una descripción de la
calamidad que representa una plaga así. Las langostas se multiplican
rápidamente, son gregarias y, como insectos voladores, forman grandes nubes que
suelen oscurecer la luz del sol, tal como una tormenta de polvo (ver Joe_2:10). Son muy voraces y causan daños
tremendos, aun hasta quitar la corteza de los árboles. En sus vuelos muchas
veces son arrastradas por el viento, y pueden ser llevadas a grandes
distancias. Además del daño pueden ser una molestia a los seres humanos (v.
6). Joel dice que corren como valientes; como hombres de guerra
escalan la muralla. Cada uno sigue su camino, y no abandonan sus sendas... no
rompen su formación en la ciudad. Van saltando por el muro, corren por las
casas, suben por las ventanas y entran como ladrones (Joe_2:7-9).
Por primera vez los servidores
del faraón trataron de persuadirlo a dejar ir a los hombres de Israel para
que sirvan a Jehová su Dios (v.
7). Se dieron cuenta de la situación económica y psicológica del país
causada por la actitud obstinada del monarca.
Moisés y Aarón fueron traídos
otra vez ante el faraón, y por primera vez el rey intentó negociar con Moisés antes
de la llegada de la plaga anunciada (v. 8-12). Por lo menos no dudaba del poder
de Jehová para cumplir con su palabra, y
creía que Moisés era su profeta.
La escena está repleta de intriga
diplomática del medio oriente. Se nota por lo que se dice entre las líneas y
por lo que no se dice. El faraón habla con cautela esperando que Moisés agregue
términos más favorable sobre sus ofertas vagas. Al no encontrar lo esperado
acusa a Moisés de malas intenciones (v. 10). Con todo, se ve el
creciente valor de Moisés y el respeto que le dan los servidores del faraón.
El faraón dijo que podían ir y
servir a Jehová , y luego preguntó: ¿Quiénes son los que han de ir? (v.
8) Moisés le respondió que todos irían con sus animales. No hubo cambios en
sus demandas: porque tendremos una fiesta de Jehová (v. 9). Sarcásticamente el faraón le
dijo: ¡Sea Jehová con
vosotros, si yo os dejo ir a vosotros y a vuestros niños! (v. 10).
Estaba dispuesto a dejar ir a los hombres; sin embargo, se proponía retener a
las mujeres y niños como rehenes, para asegurarse de que los hombres volverían (v.
11).
Moisés había pedido permiso de ir
y adorar a Dios en el desierto. El faraón sabía que sólo los hombres
participaban en los sacrificios oficiales. ¿Para qué querían llevar a sus
familias? El faraón vio el pedido como una trampa para escapar. Aunque era
justo el pedido de libertad, acusó falsamente a Moisés de planear algo
subversivo: ¡... vuestras malas intenciones están a la vista! ¡No será así!
Id vosotros los varones y servid a Jehová , pues esto es lo que vosotros
habéis pedido (vv. 10, 11).
Moisés no tenía malas intenciones
contra Egipto. El faraón inventó una razón para justificar su decisión de dejar
ir solamente a los hombres; pues no quería perder el valor económico que le
representaban los israelitas. Mientras tanto, el Señor lo estaba azotando con
golpes económicos para convencerlo de la conveniencia de dejarlos ir.
Evidentemente Moisés rechazó la
oferta porque los echaron de la presencia del faraón (v. 11).
Entonces, a la indicación de Jehová , Moisés extendió su mano sobre la
tierra de Egipto y vino un fuerte viento del oriente que trajo una
plaga devoradora de langostas sobre el país como nunca antes hubo... ni la
habrá después (vv. 12-15).
Con el azote de las langostas, el
faraón llamó apresuradamente a Moisés y a Aarón y confesó que había pecado
contra Jehová vuestro Dios y
contra vosotros (v. 16). Pidió perdón, pero sin arrepentirse; se
sentía afligido por la plaga y los daños, mas no hubo un cambio de su vida ni
de su voluntad. Pidió otra vez que rogasen a Jehová para que se apartara la mortandad de sobre él
(vv. 16, 17).
Moisés salió
de la presencia del faraón y oró a Jehová
(v. 18), y el Señor hizo soplar un viento fuerte del occidente
que llevó todas las langostas de la tierra y las arrojó al mar Rojo (v.
19). No obstante, el faraón tuvo un cambio de parecer y no dejó salir a los
hijos de Israel (v. 20).
(i) Las
tinieblas y el anuncio de la muerte de los primogénitos,Joe_10:21-29; 11:4-8. Sin previo aviso
al faraón, Jehovah ordenó a Moisés que extendiera su mano hacia el cielo, y al
hacerlo vinieron densas tinieblas sobre la tierra de Egipto por un espacio de
tres días. Otra vez el faraón llamó a Moisés y le ofreció otra concesión, la
cual Moisés rechazó. Enojado el faraón echó a Moisés de su presencia con una
amenaza de muerte, y Moisés le respondió igualmente indignado, dando al faraón
el anuncio previo de la muerte venidera de los primogénitos de los egipcios.
Moisés salió indignado de la presencia del faraón.
Como en los dos ciclos anteriores
de plagas, la última plaga llegó sin previo aviso. Fue de tinieblas tan densas
que, dice el texto, hasta se podían palpar (vv. 21, 22). No fue
casualidad que la penúltima plaga fuera de tinieblas: la teología egipcia le
daba prioridad al dios del sol, Re, y consideraba al mismo faraón como la
encarnación de éste.
Antes de resolver el tema de la
liberación, hay que resolver los temas secundarios que se han presentado. El
primero de estos es la confrontación teológica entre Jehová y los dioses egipcios. Por tres días la
oscuridad venció el sol, y así el dios principal egipcio quedó en nada, así
como su encarnación en la persona del faraón.
Además de demostrar la soberanía
absoluta de Jehová sobre el mundo, las
tinieblas prepararon la última y trágica escena de muerte. No era necesario que
la confrontación llegara a tal extremo; sin embargo, el faraón había decretado
la muerte de los hijos varones de Israel, el primogénito de Jehová (1:22). Dios, en vano, le había dado
oportunidad tras oportunidad de dejar ir al pueblo, pero él había endurecido su
corazón. El silencio de las tinieblas de esta plaga era como un presagio de la
siguiente plaga, en la que el silencio de la noche sería roto por el llanto, el
gran clamor (12:30), de los egipcios y los gritos de júbilo de los
hebreos al escuchar el decreto de Id y servid a Jehová , como habéis
dicho (12:31).
Posiblemente la expresión tinieblas
que hasta puedan ser palpadas (10:21) es una manera figurativa de indicar
la intensidad de la oscuridad. No obstante, el contexto sugiere que era
producida por una fortísima tempestad de arena. Tales tempestades ocurren en
Egipto comúnmente durante la primavera. Se las conoce como khamsin, y
arrastran consigo grandes cantidades de arena proveniente del desierto. Suelen
durar dos o tres días y producen obscuridad cuando la nube de tierra llevada
por el viento cubre una localidad. El texto indica que no se podían ver unos
a otros, ni nadie se movió de su lugar durante tres días (v. 23a).
Sin embargo, los hijos de Israel tenían luz en sus moradas (v. 23b).
Si fue una tempestad de arena,
fue una como nunca se había visto en aquellas regiones. De todos modos, las
tinieblas eran más que una molestia para los egipcios: eran ocasión de espanto,
porque ellos creían que la oscuridad era el imperio de los espíritus malignos
que producían cualquier clase de maldad, aun hasta la muerte.
El faraón llamó a Moisés con
urgencia y le hizo su cuarto ofrecimiento. Todavía trató de negociar una
solución a su problema: Id y servid a Jehová . Vayan también vuestros
niños con vosotros. Solamente que sean dejadas vuestras ovejas y vuestras vacas
(v. 24; ver 8:25, 28; 10:11, 24 con 12:31, 32). Si no llevaban sus bienes con
ellos, pensaba el faraón, volverían al país.
Probablemente con una risa,
Moisés le contestó irónicamente: Entonces tú nos tendrás que dar animales
para sacrificar... Y añadió con toda seriedad: ¡También nuestro ganado
irá con nosotros!... (vv. 25, 26). Enfurecido el faraón le mandó
salir de su presencia y lo amenazó con pena de muerte si volvía a verle (v.
28), y Moisés le respondió: Bien has dicho. ¡Jamás volveré a ver tu
cara! (v. 29).
En la estructura literaria del
libro, el cap. 11 prepara el escenario para la institución de la Pascua
(12:1-28), la cual precederá el relato de la décima plaga. En su función, el
capítulo mira adelante mientras que ata lo venidero con lo ya relatado. Los vv.
1-3 son una introducción, e interrumpen el relato histórico de la plaga
novena. Para mayor claridad, estudiaremos el contexto en el siguiente orden:
10:29 y 11:4-8; después 11:1-3 y 11:9, 10.
Después de “felicitar” al faraón
por su percepción (10:29), Moisés, con ardor, le informó del trágico futuro,
aunque no le precisó la fecha cuando ocurriría. En realidad fue la última vez
que el faraón lo vio antes de llamarlo para decretar la salida del pueblo.
Moisés anunció la muerte de todo primogénito en la tierra de Egipto (11:4, 5),
y dijo: habrá un gran clamor en toda la tierra. . . como nunca lo
hubo ni lo habrá (v. 6). Sin embargo, entre los hebreos, ni un
perro les ladrará... para que sepáis que Jehová hace distinción entre los egipcios y los
israelitas (v. 7). Entonces, Moisés dijo al faraón que éste lo
llamaría en aquel entonces para mandarles salir. Además, añadió que los
servidores del faraón se postrarían delante de él pidiéndole que se fueran. Con
esto Moisés salió muy enojado (v. 8; ver 4:23 y 12:29).
Verdades prácticas (Acerca de las plagas, naturales y sociales)
1. No debemos esperar a que el
desastre toque nuestra vida para examinar la calidad de nuestra realidad con
Dios. Esto debemos hacerlo cada día. Al dormir cada noche debemos hacerlo con
la seguridad de que nuestra vida está en el centro de la voluntad de Dios.
2. Las plagas naturales
conmocionan a las comunidades por los daños que dejan a su paso. Hay otras
plagas sociales, más dañinas todavía que las naturales, y las comunidades las
toleran hasta que empiezan a devorar la sociedad. La pornografía, el tráfico de
drogas, la prostitución, el aborto, la corrupción en todos los niveles de la
administración pública, el abuso a los niños, etc., son plagas que no se
anuncian como el circo que llega a la ciudad.
3. A veces deseamos que nuestros
enemigos sean destruidos, pero Jehová
envió las plagas no para destruir a los egipcios y a faraón, sino para
llamarlos al arrepentimiento y convertirlos a él, el Dios verdadero. De haberse
convertido hubieran obedecido a Dios dejando ir a los hebreos en paz, sin tener
que enfrentar tanto sufrimiento, consecuencia de su rebeldía.