Mundo Hispano 2019-08-24
Éxo 3:1-22
d. El
llamamiento de Moisés, 3:1-4:17. El cap. 3 trata del llamamiento de Moisés. Dios
tuvo que humillarlo (vv. 1-6), informarle del propósito divino (vv. 7-10), y
asegurarle que la presencia divina lo acompañaría (vv. 11-22). La unidad
literaria se extiende hasta 4:17, y en general trata de las dificultades que
Moisés tuvo para aceptar su vocación divina.
(a) La
aparición divina, 3:1-10. La tarea pastoril, 3:1. De acuerdo
con el relato de Esteban (Act_7:30),
habían pasado 40 años, y Moisés seguía apacentando las ovejas de Jetro, su
suegro, cuyo nombre significa “excelencia”; sin embargo, anteriormente se le
había llamado Reuel, que quiere decir “amigo de Dios” (Exo_2:18). ¿Cómo se explican los dos nombres?
Algunos han sugerido que se trata de dos documentos que usaban nombres
diferentes. Otros piensan que es la misma persona que llevaba dos nombres. Una
tercera opinión lo explica a través de los significados de los nombres: Reuel,
“amigo de Dios,” era el nombre personal, y Jetro, o “excelencia,” era un título
honorífico. Aunque la última es muy atractiva, y puede ser la explicación
correcta, hay una cuarta sugerencia que parece ser la preferida: Reuel era el
patriarca, el jefe del clan al cual las mujeres dieron los informes de la ayuda
prestada por Moisés. Mientras él vivía era considerado el “padre” de toda la
familia. Al transcurrir 40 años, y habiendo fallecido el sacerdote anciano, su
hijo Jetro, el padre biológico de las siete mujeres e hijo de Reuel, lo había
reemplazado como jefe y sacerdote en ejercicio. Así pues, el texto simplemente
trata de la vida del clan. ¡No es problema de documentos, ni de una transmisión
del texto!
Gramaticalmente, el cap. 3
comienza acentuando el nombre de Moisés. Había algo muy importante en el
futuro, aunque él continuaba su labor normal de cuidar las ovejas de su suegro.
Las llevó más allá del desierto, o literalmente al lado occidental
de Horeb (v. 1), el nombre dado a aquel sector de un monte imponente de
la zona. El lado austral era llamado Sinaí (ver Exo_19:11,
Exo_19:18-20; Exo_33:6; Exo_34:2).
Llegó hasta el monte de Dios
(v. 1b). No se lo llamaba así por ser lugar de veneración de alguna
divinidad pagana o de algún dios madianita, sino por lo que llegaría a ser para
Israel (ver la prolepsis). En la época en que se escribió la historia, ya era
el lugar donde Dios se había aparecido a Moisés (v. 5), y donde se había
promulgado la Ley (Exo. 19). Cronológicamente en el texto, era el lugar donde
Dios se aparecería. Además, era un lugar impresionante con cordilleras y cuya
cumbre frecuentemente estaba oscurecida por espesas nubes. Cuando había
tormentas, los valles retumbaban y se estremecían con los truenos (ver Exo_19:16). Para Israel, ¡era el monte de Dios!
En el llamamiento, el Señor se reveló de un modo especial y en un lugar
delimitado (vv. 2, 3). La revelación de Dios vino con un acento
histórico y no fue una experiencia mística para el gozo personal de Moisés.
Aunque el Omnipotente se apareció en una llama de fuego, lo importante del
evento no fue lo que Moisés vio y sintió, sino lo que escuchó. El encuentro fue
de diálogo y el problema era la preocupación divina por la situación social y
espiritual del pueblo.
Era un día como los muchos que
Moisés había conocido. Llevaba el rebaño a un lugar conocido. Con Jetro había
encontrado una vida segura y una vocación bajo la tutela de su suegro. Sin duda
el sacerdote de Madián le había instruido en el camino de Dios revelado a
Abram, aclarando enseñanzas recibidas de su madre: Su preparación teológica se
había completado.
La vocación de pastor le había
enseñado la paciencia para trabajar con las ovejas, que son criaturas tontas,
olvidadizas y dispuestas a extraviarse. Además, la vida solitaria de un pastor
le había dado tiempo amplio para meditar y reflexionar; no se había olvidado
del sufrimiento de sus hermanos en Egipto. La paciencia le vendría bien dentro
de poco; Israel sería un rebaño difícil de guiar.
Además, en la preparación Moisés
había llegado a conocer íntimamente el desierto de Sinaí. Sin darse cuenta, su
preparación teórica se había terminado. Ahora Dios tomaba la iniciativa,
y aunque Moisés no buscaba a Dios, Dios sí lo buscaba a él.
La zarza ardiente
(vv. 2-6). Entonces se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una
zarza (v. 2). El v. 4 dice que el Señor mismo lo llamó
desde en medio de la zarza... La palabra ángel significa
“mensajero”, y puede referirse a un ser humano o a uno celestial. Antes de la
época de Moisés, la revelación divina venía principalmente por medio de
ángeles. Después de él, con la ley y las instituciones establecidas, no eran
tan necesarios. Un análisis de Génesis indica que el ángel de Jehová a veces era un enviado de Dios y en otros
contextos se aplica a Dios mismo (ver Gen_16:7-13
[Dios]; 18 [3 hombres, uno Dios]; Gen_22:11
[ángel], 16-18 [Dios]; Gen_24:40
[ángel]; Gen_48:15-16 [ambos]; Exo_13:21 y 14:19; 33:14 [Dios]; Jos_5:14 y 6:2).
Cuando aparece el ángel de
Jehová como una manifestación de Dios
mismo, ¿es posible que sea una señal de la presencia de Jesús como Aquel que
revela a Dios (Calvino), la segunda persona de la Trinidad? Lo cierto de todo
es que al aparecer el ángel de Jehová , siempre es Dios quien habla. De alguna
manera el ángel es una extensión de Dios mismo. Es una teofanía.
Apareció el ángel en una llama
de fuego (v. 2), un símbolo de la presencia de Dios. Para los
hebreos el fuego no era objeto de adoración, sino que simbolizaba luz y poder.
Como el fuego purificaba y consumía las impurezas, así era la santidad y pureza
del Señor. Con frecuencia se emplea el fuego en la Biblia como ilustración de
la presencia y el poder de Dios (ver Gen_15:17;
Exo_13:21; Exo_14:20,Exo_19:18; Deu_4:24;
Deu_9:3; Act_2:3;
Heb_12:29; etc.).
Moisés vio que la zarza ardía
en el fuego, pero la zarza no se consumía (v. 2). Dios puede tomar
posesión de algo, o alguien, sin destruirlo. Como lo implica su nombre (v.
14), es el ser eterno quien tiene su propia fuente de poder y energía en sí
mismo y que nunca tendrá fin. Su existencia no depende de la materia física. En
este sentido, el fuego no estaba en la zarza sino en Dios mismo.
La palabra hebrea para la zarza (seneh
H5572)
es similar en sonido al nombre Sinaí. Sin duda la palabra fue elegida por esa
razón, y aparece únicamente una vez más en Deu_33:16
donde se refiere al Señor como aquel que moraba en la zarza.
Generalmente se la identifica como la zarzamora, una zarza espinosa. Sin
embargo, no se puede hacer una identificación segura. ¡Ni es necesario!
Moisés no era un novicio en el
drama del desierto, y la vista de algo extraordinario le llamó la atención. Se
desvió para echar un vistazo de más cerca a la gran visión (v. 3b).
La zarza ardía; sin embargo, no se consumía. Y son muchos los que se han
desviado con Moisés en un esfuerzo por explicar el milagro. Algunos lo explican
en una forma racional como el reflejo del sol sobre la zarza, que daba el
efecto de arder; los colores brillantes del otoño le llamaron la atención a
Moisés para que el Señor le hablara. Otros lo explican como una visión
interior, la cual fue relatada usando los símbolos físicos para que la gente
entendiera. Sin embargo, fue simplemente un milagro: un encuentro directo,
personal y transformador con Dios. La prueba de ello se ve en los resultados en
la vida de Moisés. Lo básico del milagro no estaba en la zarza. La zarza fue simplemente
el medio usado por Dios para conseguir la atención del pastor. Al acercarse
Moisés a la zarza, Dios puso fin a su vida pastoral y lo inició en una vida
nueva como libertador.
Dios lo llamó desde en medio
de la zarza diciéndole: ¡Moisés, Moisés! (v. 4). Fue un llamado
doble, con el nombre repetido, que era una fórmula usada a veces para una
revelación especial (ver Gen_22:11; Gen_46:2; 1Sa_3:10).
Con asombro, Moisés escuchó una voz desde la zarza que lo llamaba y lo conocía
por nombre. En Israel el nombre representaba la persona. El conocer el nombre
de alguien significaba tener un poder sobre él.
Moisés respondió sencillamente: Heme
aquí (v. 4b). La traducción de los LXX interpreta: ¿Qué hay?
En hebreo la respuesta es una palabra compuesta, como si el asustado Moisés
emitiera un sonido entrecortado: hinni H2009, ¡aquí yo!
El Señor le respondió: No te
acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar donde tú estás
tierra santa es (v. 5). Estaba en la presencia de Jehová . El lugar
era santo. Uno llega a ser semejante a lo que toca. Al tocar lo sucio, uno
llegará a ensuciarse. Al tocar lo santo, uno será santo. Dios dijo a Moisés que
él era Santo, y en efecto le dijo: “Quita tus sandalias. Toca lo Santo para que
seas santo.” Las sandalias eran una capa aislante entre la tierra santa y
Moisés. Tenía que quitar todo lo que impidiera la entrada de la pureza. No hay
una separación entre lo físico y lo espiritual.
Moisés e Israel se habían
preocupado por lo material. Ahora era tiempo de incluir lo espiritual. Toda
santidad implica pureza y separación de lo profano. Moisés tendría que vaciarse
y humillarse para que el Señor lo llenara. El descalzarse era símbolo de
humildad y respeto por la Majestad divina. Actualmente los musulmanes entran en
las mezquitas con los pies descalzos. Los samaritanos suben al Gerizim
descalzos cuando van a celebrar la Pascua, y también algunas sectas cristianas
mantienen tal costumbre en algunas de sus liturgias. Simbólicamente significa
reverencia y humildad de parte de los adoradores.
Dios no se identificó con Moisés
como un Dios nuevo, sino como el Dios del Pacto. Dijo que era el Dios de su
padre (singular en el texto hebreo) y de sus antepasados. Era el mismo Dios
venerado por ellos: era el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob (v. 6). No había olvidado las promesas hechas a los
patriarcas. Ahora serían cumplidas por medio del éxodo. A la vez, su
identificación como el Dios del Pacto era una llamada a la responsabilidad: las
promesas eran bendiciones o medios para alcanzar el propósito redentor mundial
del Señor (ver Gen_12:1-3, etc.).
Israel se había olvidado del Pacto; sin embargo, Dios se lo recordaba.
Temiendo por su vida, Moisés
cubrió su cara, porque tuvo miedo de mirar a Dios (v. 6b, ver Exo_33:20; Deu_5:24-25).
Parece que se cubría su cabeza con el manto y se postraba ante al Señor.
Dios había logrado el primer paso
al humillar a Moisés. En la presencia del Santísimo, Moisés confesó su
humanidad. Sin embargo, quedaban tres obstáculos más: (1) Moisés tendría que
ser convencido de que fuera él el libertador del pueblo, (2) Israel tendría que
ser convencido de que Moisés fuera el instrumento para librarlos, y (3) el
faraón tendría que ser convencido para que dejara ir al pueblo.
El propósito
divino,Deu_3:7-10. Ahora llega
el momento cuando el Señor le indicará a Moisés la naturaleza de su llamamiento
o vocación. Se encuentran tres elementos centrales en la conversación entre
Dios y Moisés. El primero es la decisión firme de Dios de librar a su pueblo
oprimido (v. 8). El segundo es la elección de Moisés para ser el
instrumento humano para librar al pueblo (v. 10). El tercero es la
reticencia de Moisés a asumir una responsabilidad tan grande y difícil (v.
11).
Había llegado el tiempo en que
Dios iba a librar al pueblo. Con la aflicción, Israel pensaba que Dios lo había
abandonado. No obstante, Dios había estado todo el tiempo con su pueblo; sin
embargo, haría milagros en la presencia de los egipcios antes de que Israel
tuviera algunos solamente para sí mismo. Los verbos empleados en el texto
indican que ya era el momento decisivo: Ciertamente he visto..., he
oído..., he conocido..., he descendido...; ahora, ve, pues
yo te envío... (vv. 7-10).
Por primera vez Canaán es llamada
una tierra que fluye leche y miel (v. 8, ver Num_13:27,
etc.). También se indica que era una tierra buena y amplia (v. 8).
En realidad no es tan grande; sin embargo, al compararla con Gosén es muy
amplia. Además, no es tan fértil como algunas de las tierras que la rodean; sin
embargo, para una gente peregrinante que vivía en el desierto arábigo, la
tierra parecería un paraíso. Siglos antes los patriarcas, como una gente
extranjera, habían echado sus tiendas allí como huéspedes y transeúntes. Pronto
sería tierra propia de Israel como el Señor había prometido.
La frase fluye leche y miel
es proverbial y aparece frecuentemente en la Escritura. Aún hoy en día, la
leche se considera un alimento necesario para un ciclo ganadero e indica un
suelo bueno para el pasto. La miel simboliza una agricultura productiva, no
únicamente la de las abejas, sino también la del jugo del fruto de la tierra
(ver LSE, 325-326). Además de una tierra productiva, para Israel, la mejor riqueza
sería la libertad de profesar su fe salvadora y, con la ubicación céntrica en
el mundo de su día, compartirla con todas las familias de la tierra (ver Gen_12:3).
En la época de Abram, se habla de
10 pueblos moradores de Canaán (Gen_15:19-21).
El Señor indica a Moisés que una nación reemplazará a seis (v. 8; ver siete
indicados en Deu_7:1; Jos_3:10; Jos_24:11;
también Exo_13:5). Aparentemente, se
toma el texto aquí en un sentido restringido, y se trata principalmente de los
habitantes de la costa mediterránea y del valle del Jordán.
Los cananeos eran una
gente emparentada con Israel (ver Gen_9:18),
y ocupaban las llanuras marítimas y el valle del Jordán (Num_13:29). El nombre de la tierra se derivaba
de la tintura púrpura que producían y que se utilizaba en la fabricación de
telas costosas.
Los heteos eran una gente
indoeuropea. Establecieron un imperio grande en Asia Menor con su centro en lo
que ahora es Turquía. Paulatinamente conquistaron Siria e invadieron Canaán
hasta llegar al sur del país (ver Gen_23:10;
Gen_26:34; Num_13:29;
2Sa_11:3). El imperio heteo floreció
hasta 1200 a. de J.C. aproximadamente, y después quedaron centros aislados del
pueblo en Canaán. Nunca fueron plenamente conquistados por Israel.
Técnicamente los amorreos
eran los habitantes de Siria y la parte norte de Palestina. El nombre vino de
la cultura mesopotámica donde las llamaban los amurru u occidentales.
Ocupaban la zona montañosa de Canaán (Num_13:29).
También estaban emparentados con Israel y a veces se alternaban los términos
cananeos y amorreos al hablar en general de los habitantes de Palestina. Al
hacer una distinción, los cananeos eran los habitantes de las llanuras
marítimas y el valle del Jordán, mientras los amorreos ocupaban las zonas más
elevadas o montañosas.
No se ha podido identificar el
carácter étnico de los ferezeos. Algunos estudiosos piensan que el
nombre se refiere a una clase de paisanos que vivían en villas sin muro o
barrios abiertos (ver Est. 9:19; Deu_3:5).
Por lo menos, algunos vivían en los bosques de Palestina central en la
cordillera de Efraím (Jos_17:15).
Los heveos se encontraban
en Palestina central (Jos_9:7; Jos_11:19) y alrededor de Siquem (Gen_34:2). Se los identifica generalmente con
los antiguos horeos, o hurrianos (ver Gen_36:2
y 20: el padre del heveo Zibeón era un horeo), un grupo étnico importante en el
Medio Oriente durante el segundo milenio antes de Cristo.
Los jebuseos eran los
habitantes del monte Sion (lo que más tarde fue Jerusalén) antes de que David
la capturase (2Sa_5:6-8; ver Jos_15:8, Jos_15:63;
Jos_18:28; Jdg_19:10-11,
etc.)
La culminación de la experiencia
de Moisés ante la zarza ardiente se encuentra en los vv. 9 y 10. El clamor de
los hijos de Israel había llegado hasta Jehová , y él había visto la opresión
de los egipcios (v. 9). Entonces, dijo el Señor a Moisés: Vé, pues yo
te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel
(v. 10). Moisés recibió su misión oficialmente, y aunque tendría sus
objeciones, nunca pudo escaparse de la realidad de su experiencia con Dios
aquel día especial.
(b) Las
objeciones y respuestas, 3:11-4:17. Moisés no estuvo de acuerdo con el designio del
Señor. En esto se ve su humanidad. Sus objeciones, o excusas, abarcaban varias
esferas de su vida personal. Las fundamentaba sobre una modestia genuina, sobre
el miedo o temor del juicio egipcio y sobre el temor de ser rechazado otra vez
por el pueblo. Moisés era un hombre obstinado; con todo, Dios lo trató con
paciencia y con respeto a su personalidad. Moisés no fue tratado como un robot;
Dios lo escuchó y contestó sus excusas con toda seriedad. Sin embargo, el Señor
no le permitió evadir su responsabilidad ni tampoco demorar ni desbaratar el
plan divino. Al fin Moisés llegó a ser el portavoz de Jehová .
En las excusas de Moisés se ven
actitudes comunes a toda la humanidad. Con frecuencia, frente al llamamiento de
Dios, se presentan objeciones parecidas a las de Moisés: ¿Quién soy yo? ¿Quién
eres tu? ¡No me creerán! ¡No soy elocuente! (No hablo bien en público.) ¿Por
qué no mandas a otro?
El sentido de
inseguridad personal, vv. 11, 12. En contraste con Isaías (Isa_6:8), Moisés resistió el llamamiento del
Señor. Su reticencia era el resultado de un miedo realista y un sentido de
insuficiencia: ¿Quién soy yo para ir al faraón... (v. 11). Era un
fugitivo de la justicia egipcia. A pesar de haber sido un nieto adoptivo del
faraón, temía que la obediencia le costara su vida. No había aprendido el
secreto de salvar la vida por medio de perderla (Mat_16:25);
todavía el Señor no tenía el control de su vida. Sin entender el principio,
quiso negociar con Dios.
Además del miedo por su vida, los
años en Madián y el trabajo pastoril habían cambiado a Moisés. No era el hombre
impaciente y violento de antes; ¡era un hombre transformado! No se sentía
adecuado para una tarea tan monumental. A él le parecía que el llamamiento no
era para servir a Dios en lo que era su fuerte, sino en lo que era su
debilidad. En el v. 11, el texto hebraico indica literalmente que Moisés hacía
tres referencias fuertes de sí mismo: ¿Quién soy yo, que vaya yo al faraón,
y que saque yo a los hijos de Israel de Egipto? (Trad. del autor). Se
sentía inadecuado para la misión que el Señor le había asignado.
A pesar de su sentido de
insuficiencia, ¿quién podía haber estado mejor preparado? Conocía el idioma
egipcio, la cultura, las creencias y aun a los líderes egipcios. Era nieto
adoptivo del faraón. Podía encontrar cualquier sitio en el palacio sin tener un
guía oficial. Además, conocía íntimamente el desierto y los pueblos de la zona,
y había tomado un curso teológico especial del sacerdote de Dios, Jetro. Dios
lo había preparado bien sin que Moisés se diera cuenta. Pero tenía una cosa más
que aprender: Dios es soberano, y sería él, no Moisés, el que libraría al
pueblo del poder egipcio. Dios no necesitaba un hombre con el poder del yo,
sino que buscaba un instrumento sensible y obediente.
La respuesta del Señor es uno de
los textos más grandes de toda la Biblia y una promesa que da aliento a todos
los llamados por él. Son varias las interpretaciones del v. 12; no obstante,
parece que una traducción literal del versículo ayudará a aclarar el sentido en
el contexto: Ciertamente estaré contigo, y esto te será la señal de que yo
[enfático] te he enviado; cuando hayas sacado al pueblo de Egipto,
serviréis a Dios sobre este monte (trad. del autor). La señal es la presencia
de Dios con él: yo estaré contigo (v. 12). La primera mitad del
versículo contiene la promesa; la segunda mitad es una declaración de que
servirían a Dios en el monte Horeb (Sinaí) después del éxodo. En efecto decía
el Señor: “No debes preocuparte tanto Moisés, estoy contigo. No importa quién
eres tú. Lo importante es que estoy yo, y yo sacaré al pueblo de Egipto.” El
versículo era una afirmación grande: Dios estaría presente con él, y la señal
no descansaba sobre unas demostraciones externas de poder, sino sobre la fe
misma del llamado. La señal, o el milagro fundamental, no era la zarza ardiente
ni el hecho de servir a Dios en Sinaí. Los dos eran milagros, pero ninguno era
la señal. El milagro fundamental era la presencia divina que le acompañaría (ver
33:14-16; Isa_7:14; Mat_1:23; Mat_18:20;
Mat_28:20; etc.). El futuro confirmaría
a Moisés en su tarea; sacaría al pueblo de Egipto, y lo llevaría al monte
sagrado de Dios. Dios no se quedaría en Horeb; la presencia divina acompañaría
a Moisés en todo el camino y a través de todos los acontecimientos. La prueba
última de la señal sería en el futuro, cuando el pueblo sirviera a Dios en
Sinaí.
La misma verdad se ve en Jesús, Dios
con nosotros (Mat_1:23), quien nos
libra de la esclavitud del pecado y nos hace instrumentos de su redención. Al
salir en su nombre, tenemos la misma promesa que tuvo Moisés: Estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mat_28:20b). Cristo está con nosotros y el futuro dará la
confirmación de nuestro llamamiento y nuestra fidelidad. Saldremos con ánimo
porque Cristo en nosotros es la esperanza de gloria (ver Col_1:27).
La
incertidumbre de la identidad de Dios (Col_3:13-22). La segunda
objeción de Moisés trata del temor de un nuevo rechazo del pueblo por no
conocer a la deidad que le hablaba. La pregunta no era hipotética, “¿quién
eres?”, sino más bien era una pregunta bien discreta y práctica. Si fuera al
pueblo en nombre del Dios de los antepasados y el pueblo le preguntara ¿cuál
es su nombre?, ¿qué les responderé? (v. 13). Ya sabía la respuesta a
“¿quién?”, porque Dios ya le había dicho que era el Dios de sus padres. La
pregunta, ¿Cuál es su nombre? (v. 13), iba más al fondo. En
Israel el nombre significaba la persona misma, es decir, su naturaleza, su
carácter, sus atributos, su ser. ¿Cómo era Dios? ¿Qué hacía él?
El conocer el nombre daba alguna
influencia sobre la persona. De acuerdo con el pensar de Moisés, al no tener
nombre, no había existencia. Al existir y conocer el nombre de la divinidad era
tener poder sobre ella o, por lo menos, apoderarse de su poder. Dios conocía a
Moisés por nombre. ¿Cuál era el nombre de aquel que le hablaba? El hablar
indicaba que era una persona. Decía que estaba preocupado por Israel; sin
embargo, evidentemente era un Dios ausente. Por años no había estado presente
para ayudarles. ¿Cómo iba el pueblo a reconocerlo?
La respuesta de Dios a Moisés no
es del toda clara, y los intérpretes de la Biblia no están seguros de su
significado: YO SOY EL QUE SOY (heb. ‘ehyeh H1961asher
H834,
ehyeh H1961, v. 14). La gramática
hebrea no incluye el tiempo en el sistema verbal, pero el tiempo se encuentra
en el contexto. El verbo indica una acción y el contexto da el tiempo. El verbo
‘ehyeh es un imperfecto que es una acción incompleta y tiene varias
traducciones: “era”, “soy”, “seré”, o “llegué a ser”, “llego a ser”, y “llegaré
a ser”. La partícula ‘asher tiene una variedad de significados tales
como “quien”, “qué”, “que”, “el que”, “aquel que”, “lo que”, “aquel”, y
“porque”.
Es evidente que hay una variedad
de posibles interpretaciones de la frase; sin embargo, hay cinco que parecen
ser las más aceptables a la luz del contexto: (1) Al revelar el nombre, el
Señor deliberadamente se lo oscureció. En efecto, es decir, “No te importa
quien soy”. El es Dios y nadie tendrá poder sobre él para manipularlo: Dios no
es esclavo ni siervo del hombre: “Yo soy quien SOY.” No se puede expresar la
naturaleza de Dios por medio de un nombre, ni tiene el hombre la capacidad de
comprender a Dios; consecuentemente, el ser supremo quedará en el misterio. Al
no revelarse el significado pleno de su nombre, significa que será conocido por
medio de lo que hace. Moisés no irá a Egipto con el nombre de un Dios nuevo.
Como siempre, él se revela y se esconde a la vez. El es libre y soberano, y de
la misma manera, no será atado a Moisés ni a Israel contra su voluntad. El
nombre misterioso tiene que ser aceptado por la fe tal como el seguirle será
por la fe. (2) Se enfatiza la presencia activa y viva del Señor: en el hebreo
no hay verbos diferentes para “ser” y “estar”. Se incluye la presencia y la
esencia en el mismo verbo. Así que algunos sugieren que en el versículo se hace
referencia a la promesa recientemente hecha a Moisés, estaré contigo (v.
12), la cual se puede traducir “estoy contigo” (un presente continuo). El
Ser Supremo está siempre contigo. (3) Otros lo traducen, “Seré lo que seré”.
Aquí el énfasis recae en la suficiencia de Dios para afrontar cualquier
necesidad que surja. Moisés e Israel pueden confiar en la presencia y en el
poder del Señor de cumplir con sus promesas en la historia. A la vez, él
revelará su persona de acuerdo con su voluntad, no la del hombre. El será lo
que quiere ser, y es independiente del hombre. (4) Albright ha propuesto una
interpretación que merece consideración (Yahweh and the Gods of Canaan,
1968, pp. 168-172). Con un leve cambio del texto del hebreo de la forma usada,
un presente simple (Qal), a una forma causativa (Hiph’il), y de
la primera a la tercera persona del verbo (ser), se traduce la frase así: “El
hace (ser) lo que existe.” Según su interpretación, de este contexto se deriva
el nombre divino “Yahweh” o “Jahveh”, que analizaremos luego. Esta explicación
interpreta el significado del nombre revelado, “El causa ser”, lo cual subraya
el papel de Dios como el ser creador del universo tanto como el libertador de
Israel. (5) La última es, “Yo seré lo que era.” Es decir: “Seré siempre en el
futuro lo que era en el pasado.” Dios haría en la vida de Moisés lo que hizo con
Abram, Isaac, Jacob y Amram (el padre el Moisés). Dice: “Yo soy lo mismo ayer,
hoy, y mañana” (ver Heb_13:8).
De las interpretaciones, parece
que la primera y la última son las más fuertes. Con todo, Dios es una persona;
tiene nombre, y al darlo en una revelación especial, da a los suyos ciertos
privilegios y responsabilidades. Por lo menos hay acceso directo a él.
Moisés no pudo ir a Israel y
responder a la pregunta ¿Cuál es su nombre? (v. 13) con las
palabras yo soy (v. 14). Entonces Dios le dijo: Así dirás a
los hijos de Israel: “JEHOVá ... me ha enviado a vosotros. Este es mi
nombre para siempre...“ (v. 15). Jehová viene del verbo ser y la forma es una tercera
persona masculina singular. Es decir: “EL ES me ha enviado a vosotros.”
El nombre sagrado hebreo es
llamado el tetragrammaton porque aparece en el texto con cuatro letras
YHWH (o con otra transliteración JHVH). Probablemente se deriva del verbo ser.
El uso del nombre se encuentra pocas veces antes de la época de Moisés (ver Gen_4:26; Gen_17:1),
y su pronunciación original es desconocida. El texto antiguo del hebreo no
incluía las vocales. Se escribían únicamente las consonantes y se aprendía la
vocalización de memoria. Pasando los años se reemplazó el hebreo con el arameo,
un habla más flexible; y para preservar el texto hebraico, unos estudiosos, los
masoretas, cerca del siglo séptimo de la era cristiana inventaron un sistema de
signos que representan los sonidos vocales y los intercalaron en el texto de
sus manuscritos.
Desde la época de Moisés, en
Israel se había considerado que el nombre de Dios era tan sagrado que no se lo
pronunciaba. Cada vez que aparecía en el texto se leía otra palabra para Dios,
“Adonai”, que significa “Señor”. Los traductores de la versión griega (la LXX)
empleaban la palabra Kyrios (Señor) para el nombre sagrado. En la
traducción latina, la Vulgata, emplearon la palabra Dominus (Señor). Los
masoretas, en su tarea de colocar los signos vocálicos al hebreo, pusieron las
vocales de la palabra “Adonai” en la palabra “YHWH” (JHVH). Cuando los
traductores de la versión inglesa King James (1611) trataron del nombre
sagrado, decidieron hacer la transliteración de la palabra hebrea tal como
aparecía en el texto que usaron, y de acuerdo con su sistema de pronunciación,
llegó el nombre “Jehovah”. Aunque el nombre no representa ninguna forma usada
en el texto hebreo, en nuestra tradición ha llegado también a representar al
Dios creador y redentor, y de acuerdo con el entendimiento teológico del
término, el uso de Jehová es válido y se
lo emplea en la RVA y en el comentario.
Después de responder a la
pregunta de Moisés, Dios le dio instrucciones más específicas: Vé, reúne a
los ancianos de Israel y diles las buenas nuevas de redención (v. 16);
“Jehová ... ha venido a nuestro encuentro” (v. 18). Sin
embargo, el Señor le indicaba que la tarea no sería fácil: El pedido de salida
no tendría éxito inmediatamente, y Dios tendría que usar una poderosa mano
(v. 19) para obligar al faraón a responder favorablemente.
El Señor dijo que al salir de
Egipto el pueblo recibiría una recompensa por los años de esclavitud cuando no
había disfrutado materialmente de su propio labor. Dios daría a su pueblo
gracia en los ojos de los egipcios en vez del odio y abuso, y los egipcios
darían a los hebreos objetos de valor, de plata, de oro y vestidos (v. 22).
Israel saldría de sus villas de miseria adornado como una gente digna: Así
despojaréis a los egipcios (v. 22b).
El concepto aquí no es de pillaje
ni de saqueo por fuerza, sino que voluntariamen-
te, a pedido de las mujeres, los
egipcios finalmente recibirían el cobro material por la estadía forzada de los
israelitas en su país. Además de velar por lo espiritual, Dios también se
preocupaba por el bienestar material de los suyos.
Joya bíblica Dios dijo a Moisés : “YO SOY EL QUE SOY. “
Y añadió : “Así dirás a los hijos de Israel : YO SOY me ha enviado a vosotros“
(Gen_3:14).
Verdades
prácticas 1. Enfrente de la zarza que
ardía, Moisés tuvo dos reacciones al encontrarse con la santidad de Dios: fue
atraído por lo misterioso y se asustó a la vez. Era un deseo doble de atracción
hacia la santidad y a la vez de huir de ella. Dios siempre viene como demanda
absoluta y socorro infinito, como ira y gracia, como terror y amor. La santidad
de Dios siempre infundirá dos reacciones. Posiblemente, una de las pérdidas más
grandes del mundo moderno es la falta de respeto para la santidad por haber
llegado a estar familiarizado con Dios.
2. La santidad de Dios es la
diferencia absoluta entre Dios y los seres humanos. La santidad pertenece a
Dios exclusivamente. El designar cualquier elemento “santo” únicamente por su
relación o asociación con Dios no es correcto.
3. Siempre se deben quitar las
sandalias al acercarse al Santísimo. No tenemos ningún reclamo que hacer: Somos
pecadores sin mérito que acudimos al trono de la gracia para recibir el perdón
gratuitamente ofrecido.
4. Al librar a Israel de la
esclavitud egipcia, el Señor mantuvo su propósito de salvación mundial iniciada
anteriormente. Mantuvo la continuidad con el pasado, el control sobre el
presente y el señorío sobre el futuro.
Verdades
prácticas 1. La santidad de Dios
compromete a su pueblo a la santidad. Cuando Dios llama a servirlo el carácter
del hombre será dirigido a la santidad.
2. A muchos puede atraer la
omnipotencia de Dios, pero no su santidad, porque evidencia la pecaminosidad
del hombre.
3. Dios nos conoce y nos llama
por nombre. Nadie puede confundir el llamado a otro con el suyo.
4. Dios nos llama a servirlo como
un privilegio para nosotros, pues suyo es el poder para lograr la victoria en
la encomienda.
5. Dios conoce de antemano el
curso de los acontecimientos de la tarea que nos encomienda, pero nos revela
sólo lo indispensable. Nos deja ir por fe, que nunca es defraudada.
Verdades
prácticas 1. Los hombres que más y mejor
sirven al Señor no son los que tienen muchos talentos que ofrecer, sino los que
están dispuestos, en humildad, a dejar que el Señor los use.
2. Cuando el Señor llama a su
servicio, su poder está disponible para cumplir nuestra tarea.
3. No hay hombre de Dios, por
inútil que crea ser, que no pueda ser utilizado por el Señor, si se somete a
él.
4. El que reconoce su debilidad
delante de Dios es más apto que el que es autosuficiente.
5. Una declaración de inutilidad
para servir a Dios puede ser una excusa para no comprometerse en la obra de
Dios y sus trabajos consecuentes.